El tren bananero, las políticas del progreso y la realidad teatralizada detrás de Manuel Galich - Opinion
RESEÑA POR RODRIGO VILLALOBOS / 28 DE DICIEMBRE 2018
Ningún crítico o estudioso literario podría diferir del epígrafe que posee Manuel Galich en las letras hispanoamericanas: «Padre del teatro guatemalteco». Su dominio de la escena dramática y su vasta obra sobre este género le permiten ostentar ese título, su manera de entender los planos escénicos, su visión precisa sobre el manejo de personajes, la pedagogía de valores morales y políticos, y el desarrollo narrativo que precisan sus diálogos de manera breve y eficiente, son capaces de transportar a cualquier lector o espectador al ambiente que Galich desea que presenciemos.
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Ningún crítico o estudioso literario podría diferir del epígrafe que posee Manuel Galich en las letras hispanoamericanas: «Padre del teatro guatemalteco». Su dominio de la escena dramática y su vasta obra sobre este género le permiten ostentar ese título, su manera de entender los planos escénicos, su visión precisa sobre el manejo de personajes, la pedagogía de valores morales y políticos, y el desarrollo narrativo que precisan sus diálogos de manera breve y eficiente, son capaces de transportar a cualquier lector o espectador al ambiente que Galich desea que presenciemos.
Sin importar la época o el lugar que se describa en las acotaciones de sus textos, nunca hay duda a ambigüedades, nunca hay cabos sueltos entre el contexto social y la representación que se lleva a cabo sobre un escenario de la mano de Manuel Galich, por tanto, su literatura nunca se prestará a la separación de la realidad de nuestro entorno latinoamericano.
Las obras teatrales de Galich siempre tienen algo para hacernos reflexionar como sociedad, y hablo del compendio de más de 60 obras de teatro de este autor, recopiladas en al menos 32 libros de su autoría, por no mencionar sus estudios de crítica teatral latinoamericana y las decenas de antologías que se han creado a partir de su cuantiosa obra. A modo de ejemplo, tomaremos por referencia El tren amarillo, obra que data de finales de los años 50.
¿Qué busca transmitir realmente El tren amarillo? Más allá de la marcada ‘etapa política’ del teatro de Galich, en ella podemos apreciar una crítica social cruda sobre el imperialismo norteamericano en las regiones caribeñas de Latinoamérica, las cuales eran propicias para la explotación de tierras y trabajadores que beneficiaran la producción bananera en grandes cantidades.
El primer acto de dicha obra nos contextualiza sobre la proximidad de los extranjeros en territorio latinoamericano. Se trata de un contacto polarizado por el ‘desarrollo justificado’ en beneficio de las comunidades alejadas de la urbe, podemos convenir en que la convivencia de aquellos personajes que convergen en una miscelánea, propiedad de un asiático, es de bienestar, pero con atisbos de superación y emprendimiento. El aprovechamiento de oportunidades y circunstancias mediáticas de los Estados Unidos empieza a ganar relevancia cuando las demandas de producto empiezan a subir, entonces entra en juego la sostenibilidad política.
Ya para el segundo acto, han pasado muchos años desde aquel encuentro fortuito en la miscelánea del chino Mariano, los personajes muestran una infortunada condición de vida precaria y subyugada a los deseos del patrón, un gringo acaudalado con hegemonía política y territorial. Aunque en esta parte aparecen las telecomunicaciones y el ferrocarril, notamos que se pierde el sentido de humanidad por la manera de subsistir de aquellos hombres y mujeres.
Para el tercer acto, lo verdaderamente relevante son las relaciones interpersonales y la visión política que enmarca las componendas burocráticas y los intereses económicos de los extranjeros. Joe tiene un rol protagónico y al revelarse que ha enviado a que se deshagan del Canche, que a la vez es su hijo no reconocido, predomina el interés económico para sostener aquella explotación laboral en la colonia bananera.
La acertada perspectiva de Galich sobre el tema de las compañías estadounidenses que se apropiaban de la tierra y sacaban el mayor provecho del trabajo de los habitantes de la región costera, le valió el exilio de Guatemala, y no solo por esta obra, sino por su destacada labor de gestión gubernamental, en puestos clave del Estado durante los diez años de primavera social encabezados por Arévalo Bermejo y Árbenz, previos a la Contrarrevolución.
El tren amarillo es en realidad un calco de la intervención norteamericana y la formulación de la indiferencia entre la sociedad y sus políticas internas que desfavorecen el verdadero desarrollo del país. Las llamadas «Repúblicas bananeras» fueron, en su momento, minas de oro y comercio fraudulento, pantallas de humo que aún en la actualidad permean de maneras más elaboradas para saquear los recursos de la nación con ‘buenas intenciones’ tras la intervención de grupos de extranjeros.
Manuel Francisco Galich López (1913 - 1984) fue un reconocido escritor, dramaturgo y político guatemalteco. Participó en la Revolución de Octubre de 1944 y luego ocupó puestos en el gobierno de Guatemala. Vivió en el exilio durante la Liberación de 1954 liderada por Carlos Castillo Armas y murió en La Habana, Cuba.
Nuestros trenes han dejado de ser amarillos, incluso han dejado de transitar porque ya el tiempo ha dejado huella sobre aquellos oxidados y perdidos rieles, y el desarrollo del que nos vanagloriamos por ser potencia a nivel centroamericano es solo una fachada para desconocernos y no aceptar la terrible realidad que azota a nuestra gente en el área rural, la cual sigue quedando a merced de mercenarios déspotas, intocables para la ley e invisibles para nuestros gobernantes. Si Galich nos viera ahora, tan conformistas aún en el descontento generalizado, nos citaría como lo hacía refiriéndose a su propia obra: «Lo bueno es enemigo de lo mejor».
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