Píldoras rojas contra el mundo moderno: Ajpu y el valor de la masculinidad tradicional (Parte II) - Opinión
Nahual Ajpú o el Cerbatanero |
Esta
columna no va dirigida para los aristócratas del espíritu, va para aquellos que
no saben que lo son, para que no desfallezcan en su lucha contra la degradación
social y moral a la que los hombres están siendo sometidos por la gran
industria del entretenimiento y la pornografía.
En
la columna anterior tuve por oportunidad mostrar las cualidades del hombre
moderno guatemalteco o centroamericano; tristemente no poseemos ni siquiera una
identidad cultural que podamos sentir tan arraigada, porque nuestra
nacionalidad es producto del mero sueño criollo y de la logia; somos un intento
de territorio que no termina por cuajar; tan antiguos como la creación de Uk'ux Kaj y Uk'ux
Ulew; así como de la misma patria española que uniera Ysabel y Fernando o de los druidas celtas que
al otro lado del océano invocaron y
sirvieron a la naturaleza. Somos tan nuevos como 197 años, una nada comparada
con otras naciones que cuentan sus calendarios en miles de años. Somos varios
pueblos en uno solo.
Pero aquí estamos, tenemos un nombre y un pasado; hemos
dejado de ser nosotros mismos cientos de veces y nos hemos enfocado en negar la
herencia de nuestros abuelos; ¿qué es frente al mundo y frente a otros pueblos
este nuevo hombre guatemalteco?, que no conoce siquiera su origen o los viejos
valores culturales de sus abuelos; que no está presente en casa para criar a
sus creaturas y dotarlas de valores; ¿puede acaso responder a la madre soltera
que a duras penas puede proveer sustento y orientar en valores cívicos a sus
descendientes?
¿Cómo debe de ser ese hombre Ajpu?, Ni moderno ni posmoderno,
ni complaciente a las mujeres, ni esclavo de su sexo o sus impulsos más
lastimeros, no debe ser débil o hedonista. No debe de ser una bestia irracional
o un cavernícola que no sabe ser compasivo o detenerse cuando surge el impulso
de dañar a los indefensos.
Tal y como lo describen las cualidades de este nahual,
debe ser un hombre solar; expuesto a la luz en todo momento, enemigo acérrimo
del ocultismo o de toda doctrina que en apariencia le haga libre, pero en la
práctica le haga esclavo de sus propios “hermanos”; racional y espiritual,
abierto a adquirir conocimiento y a transmitirlo a sus semejantes. Un hombre de
fe que sabe educar en la moralidad y el respeto a sus descendientes; un faro
que irradie ejemplo y esperanza a las futuras generaciones de hombres.
El cerbatanero es un guerrero, y no un idiota en
búsqueda de pendencias o conflictos en cada esquina; sabe apreciar el panorama
desde su posición, observar cada espacio, cada amenaza que se esconda tras el
dintel de cada puerta; cauto para no despertar sospechas o la amenaza de otros
hombres. mesurado con sus palabras, pero entrenado en el uso de las mismas para
emplearles en la lucha dialéctica contra el pensamiento posmoderno. No teme a
las batallas cuando toca enfrentarlas, y se prepara día con día para
perfeccionarse a sí mismo; reconoce su mortalidad y la abraza; es por ello que
sabe vivir con la dignidad del último día (no en la entrega al vicio y al
consumo del cuerpo, sino en la búsqueda por dejar un legado o un recuerdo
adecuado). Sabe morir sin arrepentirse de las acciones no hechas y sin oponer
resistencia; no es un animal que se contorsiona con una muerte indigna sino que
sabe recibirla con los ojos abiertos y una sonrisa.
Es el protector de las mujeres de su clan, a las que
respeta y exige respeto, no se considera igual, ni inferior, ni superior;
conoce su espacio y campo de acción; comprende su lugar en el mundo, es un
cerbatanero.
No deja que a su corazón le invada la obscuridad, sabe
conmoverse por el sentimiento sublime que transmite la poesía o la música, y
aún por el dolor de su prójimo, al que asiste como si se tratara de su hermano.
Este cerbatanero, y repito, no es un ser desalmado o
irracional; no es esclavo de sus pasiones porque sabe refrenarlas en el momento
adecuado, y sabe expresarlas en el amor y el combate.
Comprende el dolor o las dificultades como experiencias
para probarse a sí mismo, y a la dicha la tiene por don a repartir con sus
hermanos.
Este varón, el Gran Jefe, porta el cetro que la
dignidad de su edad le ha heredado, sabe expresar las glorias de sus ancestros
con maestría y se encarga de que cada uno de los que le siguen conozca y
respete su historia. Sabe orientar a otros por la obscuridad y los peligros del
bosque, hasta su llegada a la tranquilidad del hogar o el refugio. Su
conocimiento es tal que no se deja mecer por la opinión del idiota, que siempre
sabrá encontrar falta en su acción, decisiones u opiniones.
No actúa por la masa, actúa en cuidado de su familia y
de su patria.
Respeta toda forma de vida; y si ha de tomar la vida de
algún animal, sabe valorar el esfuerzo que ha llevado para que este se haya
logrado; no depreda cual estúpido o despilfarrador la naturaleza que le rodea;
para él, contrario al mundo moderno, un árbol representa más que materia prima,
un refugio, un ser vivo, sombra y aire le protege, alimento que le permite
sobrevivir.
Con la frente en alto, va avanzando como con las
palabras de Oswald Spengler: «si han de
echarse los cimientos perdurables de un gran futuro, sobre los cuales puedan
edificar las generaciones venideras, ello no ha de ser posible sin la acción
continuada de nuestras tradiciones.
Únicamente aquello que de nuestros padres llevamos en la sangre, ideas
sin palabras, es lo que promete consistencia al futuro.» Oswald Spengler – Años decisivos
Nobles
hombres que se encuentran acosados por la sombra del mal llamado progreso, del
consumismo; ustedes que están sentenciados, escupidos, vituperados, etiquetados
por ciertos de nombres por los enemigos de la libertad, de la familia y la
tradición; no desfallezcan en su lucha, no cedan ni un milímetro de la labor que les
corresponde, pues con dignidad pueden reconstruir el mundo antiguo, los valores robados por la posmodernidad.
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