RESEÑA POR RODRIGO VILLALOBOS / 21 DE JUNIO 2020
LAS OPINIONES VERTIDAS EN ESTA COLUMNA SON DE ENTERA RESPONSABILIDAD Y CRITERIO DEL AUTOR QUE LAS EMITE, Y NO REPRESENTAN LA VISIÓN O REPRESENTACIÓN ALGUNA DE LA REVISTA.
Nuestra realidad nacional nos limita a ser conocedores de algunas situaciones tan poco trascendentales y básicas que tienden a desfigurar nuestros modos de comprensión. Las personas amanecen en las áreas urbanas siendo atacadas con publicidad noticiosa desde el televisor hasta el tráfico y en las áreas rurales con uno que otro periódico más gráfico y sensacionalista que informativo.
LAS OPINIONES VERTIDAS EN ESTA COLUMNA SON DE ENTERA RESPONSABILIDAD Y CRITERIO DEL AUTOR QUE LAS EMITE, Y NO REPRESENTAN LA VISIÓN O REPRESENTACIÓN ALGUNA DE LA REVISTA.
Nuestra realidad nacional nos limita a ser conocedores de algunas situaciones tan poco trascendentales y básicas que tienden a desfigurar nuestros modos de comprensión. Las personas amanecen en las áreas urbanas siendo atacadas con publicidad noticiosa desde el televisor hasta el tráfico y en las áreas rurales con uno que otro periódico más gráfico y sensacionalista que informativo.
Algunos periódicos guatemaltecos presentan a diario portadas con escenas del crimen, tan explícitas como les sean posibles para lucrar con la violencia del país, normalizando de esta manera el impacto que debieran tener estas imágenes en nuestro contexto social.
No está mal tener a la mano siquiera redes sociales que nos enfocan una perspectiva más globalizada de nuestro entorno, ni siquiera está mal recibir publicidad siempre y cuando lleve el fin de transmitir mensajes de concientización sobre valores humanos. El verdadero problema llega a nuestra sociedad cuando la información útil se queda corta en medio de nuestro enorme contexto cultural, didáctico y de progreso.
El mal que aqueja las páginas de los diarios de Guatemala empieza a parecer preocupante cuando se naturalizan los hechos de violencia y se destaca poco la aprehensión positiva dentro de nuestras comunidades. Pareciera una milagrosa utopía pensar en brindar espacios al desarrollo social que tenemos como guatemaltecos. Nuestras costumbres, nuestros sitios turísticos, nuestra historia, nuestra riqueza multicultural y nuestra identidad como país se nublan ante las constantes pugnas políticas, ideológicas y personales que solo propician el decrecimiento de los índices de alfabetización nacional.
El ejercicio de lectura, que debería ser tan natural para cualquier ciudadano guatemalteco sin importar su edad, género, ideología u origen étnico, se merma a través de un ciclo de educación primario que hoy en día se encuentra en la dificultad de evolucionar o extinguirse por sí mismo. Las personas jóvenes y adultas a quienes llega la información del acontecer diario no solo presentan deficiencias en la lectura, peor aún, también padecen la desatención selectiva de no querer voltear a ver hojas que traen consigo materia de corrupción, tragedia y delitos producto de la mala administración pública o del aprovechamiento de las instituciones privadas. Existen por lo tanto analfabetas en el sentido estricto de la palabra, es decir, quienes no saben leer ni escribir y quienes son 'analfabetas selectivos' porque no quieren saber más de lo mismo día tras día.
¿Cuántas páginas en los diarios se dedican a la difusión cultural? Y no me refiero a la cultura que nos advierte el conocimiento de chismes de farándula, sino a la verdadera presentación de eventos artísticos propuestos a nivel regional y nacional. Mientras tanto ¿conoce usted las páginas que a diario se consumen en tinta para presentarle las noticias del deporte o cuántas páginas hay impresas a diario mostrando actos de violencia? La diferencia abruma, sin duda.
Mario Vargas Llosa, escritor peruano de ideología libertaria, detractor del periodismo amarillista y sensacionalista. En la foto aparece participando en una conferencia de la Universidad Francisco Marroquín hace unos días.
Si nuestros periódicos llegaran a cambiar el contenido principal, informando sobre todo el fortalecimiento de nuestra sociedad, sus logros y su encanto, la estimulación temprana del infante hacia la lectura sería principalmente fomentada desde el núcleo familiar, la escuela sería un lugar de apoyo didáctico para mejorar en las deficiencias encontradas y el estudiante por sí mismo se haría un conocedor de su medio social sin siquiera tener que llevar ciencias sociales.
Hay tantas maneras de difundir la noticia, y el periodismo no solo se ha limitado al espacio físico del papel y la tinta, ahora las redes sociales son un espectro informativo más enorme y globalizado. Sin embargo, existen fallos en la construcción y el desarrollo de la información a través del internet, quizá el más evidente sea la poca veracidad y la desconfianza que hay en estas fuentes. Debido a que la información en estos espacios cibernéticos viaja a mayor velocidad y a mayores grupos de personas si se sabe publicar, los periódicos digitales y las plataformas electrónicas de información suelen estar sujetas la duda constantemente.
El periodismo es una labor de valores y se ha perdido su visión e interpretación a razón de nuestro limitado desarrollo social, esto se reproduce tanto que hace mella en nuestra educación y en nuestros futuros lectores.
Y bien, ¿cómo regular lo que es verídico de lo que no lo es en las noticias electrónicas y además cómo saber qué información es realmente productiva de la que sencillamente busca entretener para conseguir visitas de ojos curiosos? Sorprendentemente, la respuesta es muy fácil: a través de un pueblo bien educado, cuya lectura sea crítica y académica. No se trata de tener un grupo de gente entrenada para leer ochocientas palabras por minuto, ni de segmentar a la población por sus capacidades de abstracción y comprensión, mucho menos de generar expertos conocedores en lengua, literatura o ciencias lingüísticas, solo gente que disfrute del ejercicio de la lectura porque lo que leen realmente tiene un valor para la vida.
Sencillamente, basta con entender que debemos iniciar un cambio en la manera en que difundimos nuestra información a partir de cómo la aprendemos desde pequeños, desde nuestras aulas, desde nuestras casas; para que las futuras generaciones tengan la oportunidad de leerse a sí mismas y puedan leer a sus predecesores, y no como nosotros, que tuvimos igual oportunidad, pero nunca nos lo supieron decir.
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