PUBLICACIÓN POR CHRISTIAN CASTAÑEDA / 5 DE ENERO 2019
Corría
el año de 1975 y el mundo del rock se encontraba de beneplácito por el
lanzamiento de joyas musicales como el potente y directo In Trance de Scorpions, el revolucionario Physical Graffiti de Led Zeppelin, el melancólico pero apasionado Wish You Were Here de Pink Floyd y Ritchie Blackmore’s Rainbow, el primer álbum del supergrupo Rainbow
con el inmortal Ronnie James Dio en las voces. Sin embargo, a finales de este
mismo año vio la luz una obra que cambiaría el panorama musical para siempre,
reinventando la forma de hacer rock hasta ese momento. Me refiero al mítico A Night At The Opera, considerada por
muchos como la obra cumbre de los legendarios Queen. Este álbum catapultó de forma definitiva a sus creadores para
pasar de ser la sensación del momento a convertirse en una banda de estadio
reconocida internacionalmente, codeándose con los más grandes representantes
del género hasta llegar al olimpo del rock, sitio del cual nada ni nadie los
bajaría.
Hablar
de Queen es hablar de una banda integrada por cuatro extraordinarios músicos,
que no sólo marcó un antes y un después dentro del género, sino también fue
capaz de funcionar como una máquina perfecta durante la mayor parte de su
respetable trayectoria, colocando toda la carne en el asador en cada uno de sus
álbumes y dejando un impecable legado musical para las futuras generaciones. Con
todo lo anterior en mente, ¿Por qué A
Night At The Opera es considerado un disco tan importante en la historia
del rock? Las razones son muchas, pero antes de iniciar con mi análisis, es
importante destacar que el grupo ya tenía para ese entonces tres álbumes en su
historial (Queen, Queen II, Sheer Heart Attack). Si bien aquellos materiales eran de gran
calidad y les habían brindado sus primeros éxitos tanto dentro como fuera de
Inglaterra, esto no les generó el dinero suficiente para sobrevivir debido al
contrato que habían firmado con su anterior casa productora. Es por ello que el
nuevo álbum debía representar una vuelta de tuerca que atrajera a nuevos
seguidores y al mismo tiempo vendiera el número suficiente de copias para
permitirles seguir con sus aspiraciones musicales. De no alcanzar el éxito necesario
con A Night At The Opera, muy probablemente
Queen se vería obligado a desaparecer del radar junto con el enorme talento que
exudaba de cada uno de sus componentes. En otras palabras, esto se trataba de luchar
contra viento y marea o morir en el intento.
El
cuarto álbum de Queen es una experiencia inolvidable de principio a fin debido
a su diversidad musical y riqueza interpretativa. Lejos de ataduras y con la
creatividad fluyendo libremente, Queen logró combinar con absoluta genialidad aquellos
elementos que le daban un sello distintivo a su sonido: el rock duro y los
elementos progresivos de sus primeros dos discos junto con la mezcla de pop,
jazz y glam rock hallada en el multifacético Sheer Heart Attack. Esto, aderezado por las secciones operáticas, las
decenas de capas que se grabaron con la voz de Freddie y los solos guitarreros de
Brian May, sumados a la creciente ambición de unos músicos visionarios con
ansias de comerse el mundo entero, nos dejaba muy en claro que estábamos
asistiendo a algo verdaderamente especial.
El
disco inicia con la irreverente, pero poderosa “Death On Two Legs (Dedicated
to…)”, precedida por una pequeña introducción instrumental a modo de obertura
con veloces arpegios de piano que siempre recuerdan a las escenas de esas grandes
obras musicales en las que aparece el villano y la orquesta recrea automáticamente
una atmósfera ominosa para envolver al espectador. Dicho inicio se transforma
repentinamente para dar paso a un tema rabioso y pesado, en cuya letra Freddie
y compañía atacan sin pelos en la lengua a su anterior manager por no haberles
dado su lugar en el pasado hasta dejarlos prácticamente al borde de la quiebra.
Se trata de una canción rebelde y muy pegajosa con riffs hardrockeros que van directo
a la yugular. Aquí se evidencia una fuerte declaración de intenciones en la que
Queen anunciaba que había llegado para quedarse.
A Night At The Opera es una creación ecléctica que se mueve por terrenos atípicos para el rock con las canciones “Lazing On A Sunday Afternoon” y “Seaside Rendezvous”, emulando a los musicales de antaño como el vodevil o el ambiente retro de los años 20. Cualquiera diría que un disco de este calibre no puede permitirse coquetear con semejantes extravagancias, pero para Queen nunca existieron imposibles. Si en un tema se nos invita a reír y relajarnos con un Freddie que suena con picardía mientras su voz se pierde a través de un megáfono improvisado, en el otro escuchamos a los demás miembros de la banda recreando con sus propias voces varios instrumentos de viento como el clarinete y la trompeta, lográndose así una hilarante atmósfera a capella que hace sonreír a cualquiera.
A
medida que se explora el álbum, nos seguimos encontrando con sorpresas como la
cuasi balada rockera a ritmo de vals titulada “I’m In Love With My Car”,
escrita e interpretada por el baterista Roger Taylor con dedicatoria para todo
aquel amante de los automotores (algo que años después repetiría con “Ride The
Wild Wind” del disco Innuendo), y que
se convirtió en un punto de discordia debido en parte a que rompía con todo el
tinte “épico” conseguido en el resto del disco, así como por esas letras en las
que básicamente desnuda al vehículo de su predilección hasta casi hacerle el
amor (¡Con todo y el vibrante ruido del motor del Alfa Romeo propiedad de Roger
Taylor escuchándose al final del tema!). Que el resto de los miembros de Queen
aceptaran la inclusión de esta pieza a pesar de la locuacidad de sus letras,
refuerza la idea original que los integrantes tenían en mente: hacer de A Night At The Opera un solo himno que
perdurara a través de los tiempos, en lugar de ser simplemente un conjunto
desordenado de canciones que forman parte de un proyecto musical como cualquier
otro. Pese a lo controvertido del corte, vale la pena destacar la enorme aceptación
que logró con el público y la crítica, aparte de sonar a las mil maravillas
cada vez que se tocaba en directo.
Al
igual que cualquier disco mítico que se precie de serlo en el que cada uno de
sus creadores tiene la oportunidad de participar y contribuir para
engrandecerlo, la entrañable “You’re My Best Friend” surge de la espuma del mar
experimental y psicodélico para bañarnos con su dulzura popera tocada en piano
eléctrico por John Deacon, el bajista de la banda y autor de esta sencilla pero
efectiva canción de amor que el más reservado miembro de Queen le dedicó a su
esposa. Sin duda alguna, Deacon tenía la capacidad para componer piezas
memorables cuando se lo proponía, contribuyendo con su especial grano de arena
en donde hubiera un espacio. La aterciopelada voz de Freddie Mercury se encarga
de hacer el resto con delicadeza y soltura, haciendo de los coros algo difícil
de resistirse a cantar gracias a versos como “Ooh, you make me live, whatever this world can give to me”. Pura
magia.
Como se
puede apreciar, no hay canción que suene igual o que tenga menor impacto que el
resto del repertorio hallado en esta gema de mediados de los 70’s. La
melancólica “39”, escrita y cantada por Brian May, es una oda acústica al más
puro estilo country en la que se narra la historia del protagonista de un viaje
intergaláctico que termina regresando a la Tierra sólo para encontrar que todos
sus seres queridos han muerto, y él apenas ha envejecido. Una vez concluye con
ese desolador “pity me”, compartes la
resignación final del protagonista, destinado a vivir sin ninguno de sus seres
queridos.
Las emociones se desatan nuevamente con la pesada y feroz “Sweet Lady”, que contiene muchos elementos hallados en canciones más conocidas como “Communication Breakdown” de Led Zeppelin, junto con distorsiones de guitarra que arrasan con todo a su paso, voces atronadoras, baterías y esa actitud tan heavy metal antes de que el género se volviera tan popular alrededor del globo. Siendo este el corte más potente de la placa, no es de extrañar que luego la simpática “Good Company” nos sorprenda con sus influencias de Dixieland desde el primer segundo que suena. Puede que esta melodía no se encuentre dentro del top 10 (ni siquiera top 20) de un fanático de Queen o que no se le considere un clásico instantáneo, pero tiene luz propia y merece ser escuchada con atención. ¿Por qué? Las letras buscan transmitir la maravilla de los encuentros familiares y lo importante que es rodearte de tus seres más queridos, quienes a la larga terminan convirtiéndose en un tesoro inestimable. Las habilidades compositivas de Brian May salen a flote una vez más, ya que él mismo se encarga de replicar los efectos de sonido del ukulele y el trombón utilizando únicamente su inseparable guitarra, que al combinarse con esa parafernalia del jazz desencadenan una alocada fantasía orquestal.
Después
de esta montaña rusa de sonidos y cambios de estilo, llegamos a la balada rompecorazones
“Love Of My Life” escrita por Freddie Mercury para Mary Austin, su compañera de
toda la vida que siempre estuvo con él más allá del bien y el mal. Con notas
que, por momentos me recuerdan a la breve, pero intensa “Nevermore” del Queen II, esta es una de las canciones más
famosas y coreadas de la Reina al igual que de las que más covers se han hecho dentro del vasto catálogo de Queen. Si en
“You´re My Best Friend” se nos habla sobre la culminación del amor verdadero,
en “Love Of My Life” el ser amado te abandona y buscas desesperadamente
aferrarte a él. Freddie Mercury se luce del primer al último minuto mientras ejecuta
el piano de forma magistral hasta sacarnos las lágrimas. La pregunta que surge
de inmediato es, ¿cuántos de nosotros no hemos experimentado algo similar en
nuestras vidas?
Nos
acercamos al final de este apasionante viaje, pero lo mejor está por venir. A Night At The Opera tiene la distinción
de contar con dos temas estandartes del rock. Primero, el menos conocido “The
Prophet’s Song”, escrito por Brian May, nos describe el mensaje que el
personaje bíblico Noé trata de explicarles a la humanidad para alertarlos del
diluvio. Si bien esta obra inicia con un ritmo lento y progresivo que nos
recuerda a “Son and Daughter” del primer álbum de Queen, luego evoluciona en
algo majestuoso. Mientras otras figuras del género como Deep Purple, Pink Floyd
y King Crimson mezclaron la música clásica con el rock utilizando recursos
tales como progresiones de guitarra y orquestas sinfónicas, Queen prefirió
preservar la uniformidad de este track en particular con el detalle de que
existen muchas secciones que no se repiten más de una vez. Otra novedad es la inclusión
del canon en la que, sin más sonidos que la inconfundible voz de Freddie
Mercury, se ejecuta un inteligente juego de voces por espacio de dos minutos y
medio, causando que los mundos fantasiosos de Brian May cobren vida.
Sencillamente una canción sublime, excelsa, extraordinaria.
¿Qué
decir de “Bohemian Rhapsody”, el penúltimo y más significativo tema de A Night At The Opera, y la obra por
excelencia de Freddie Mercury que muchos consideran como la mejor creación del
siglo XX? Reseñas, libros, documentales y hasta un largometraje muy exitoso se
han dedicado enteramente a explorar esta genialidad salida de la mente del
vocalista de la Reina, debido a su complejidad, letras, quiebres musicales,
segmentos operáticos y porciones de hard rock/heavy metal distribuidas a cal y
canto durante sus seis minutos de duración. Esta suite contemporánea se ha escuchado
por la radio y televisión hasta la saciedad, ha sufrido de sobreexposición en
estos últimos años, más aún con el lanzamiento de la película del mismo nombre,
pero si a cambio de ello se forman nuevas legiones de seguidores y se da a conocer
esta leyenda del rock a los más jóvenes, démonos por bien servidos. ¡Que así
sea!
Y,
cuando ya las emociones se han calmado y creemos que no queda más por escuchar,
aparece una corta versión instrumental del himno nacional de Inglaterra “God
Save The Queen”, en el que las guitarras de Brian May se roban el show, causándote
espasmos en el alma con esos arreglos barrocos y neoclásicos. Es imposible
pedir un final mejor para un disco que te engancha desde que empieza a sonar en
tu equipo de sonido.
La
sensación que brota en tu interior cuando terminas de escuchar un álbum tan
variopinto como el que hoy nos ocupa, es la misma que se aglutina en tus poros
luego de que se baja el telón tras presenciar una obra musical en la que los
protagonistas se han dejado la piel en el escenario, la música ha sido
cuidadosamente seleccionada para llenar cada rincón del lugar, y la exquisita
ambientación te ha transportado en el tiempo a épocas remotas en las que ni
siquiera habías nacido. Resulta agradable darse cuenta que este álbum es tan alabado
por las masas, independientemente si el rock forma o no parte de su dieta
musical. De igual forma da gusto ver que sigue presente e incólume a cuarenta
años de su lanzamiento. Este disco rompió con muchos paradigmas como el de la
duración de tres minutos que las canciones debían tener para ser promocionadas
en la radio, gracias al éxito de “Bohemian Rhapsody”. Miles de artistas han
sido influenciados por su música y el legado de Queen sigue vigente pese a que
Freddie Mercury dejó de existir en 1991. En conclusión, A Night At The Opera es una ópera inmortal de los tiempos modernos
que se ha ganado un merecido espacio en el salón reservado para los grandes.
¡Larga
vida a la Reina!
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