Henry Vargas Estrada "Puerto Barrios 2050" [2] - /K/rtones

EN EXCLUSIVA PARA REVISTA LA FÁBRIK / 24 DE MARZO 2019

Bund de Shanghai

3

-¿Cuánto tiempo llevás viviendo aquí?

-Toda mi vida.

El hijo de la mujer era bastante alegre. Él se sorprendió mucho por eso. La vida en este nuevo Puerto Barrios era dura. Pensar que un niño de apenas ocho años tendría una sonrisa constante parecía muy extraño. Pero está claro que era un niño.

Salieron a conocer la ciudad. O al menos a recordar lo que no pudo ver hace ya algún tiempo. Caminando por ella se dio cuenta de que aquel lugar paradisiaco y sucio que conocía ya no estaba. No, ahora solo quedaba la suciedad. La suciedad y mucha luz.

El neón le quemaba los ojos. El niño lo miraba como si nada, no se inmutaba. Los hologramas hacían sus bailes y sus caras, desconcertándolo mucho. El niño solo se reía ante sus reacciones.

-Te vas a acostumbrar- le decía.

-¿En serio? ¿Se puede?

-Mi mamá pudo. Ella es de la periferia.

-¿La periferia?

-Era un lugar que existía hace mucho tiempo. Lo cerraron cuando obligaron a toda la gente a moverse a la ciudad. Mi mamá tuvo que venirse aquí. Luego conoció a mi papá.

-¿Tenés papá?

-¿Te sorprende?

-No, es solo que… bueno, en mi tiempo se estaban empezando a desarrollar humanos sin padres. Creo que ahora eso debe de estar más… extendido…

-Lo está. Pero yo soy un hijo natural.

-¿Qué recordás de tu padre?

-Muy poco. Lo mataron cuando yo era muy pequeño.

El hombre se calló un momento.

-¿Lo mataron? ¿Quién?

-Mamá es quien sabe.

-Creo que debería preguntarle… -al niño pareció importarle poco y se alejó sereno de semblante.

Y así lo hizo cuando ella regresó. Entonces ella se quedó de piedra al oír la pregunta. Luego miró a su hijo. Este solo sonrió.

-Fue hace mucho tiempo- dijo.

-¿Estás en peligro?

-Ya no…

-¿Ya no? ¿Lo estuviste? ¿Qué hacías?

-Es muy difícil de decir.

-Podés contarme…

-No te conozco.

-Has convivido conmigo por un tiempo.

-Pero no te conozco.

Ella se calló de pronto. Luego lo miró directamente a los ojos. Sus ojos se estaban mojando.

-Podés confiar en mí…

Lo que siguió después fue mucho llanto. Luego confesiones. Le contó que era medico y que su esposo también. Le dijo que habían tratado a un montón de adictos a la misma droga de la que él había sido víctima. Pero que alguien no quería que siguieran con ello.

-Y por eso lo mataron. Ni siquiera me dejaron ver el cuerpo…

-¿Tu esposo descubrió algo de esa droga?

-Sí. Pero nunca me dijo.

-Me imagino que por eso no te mataron a vos…

-¡Fue tan terrible!

Ella lanzó un alarido. Él simplemente la tomó en sus brazos. El niño se ocultó raudo en su cuarto.

Extrañamente, no tuvo sexo con ella. No sintió que fuera lo correcto. El calor, la intimidad, todo parecía tener otro objetivo. Una madre doliente no parecía ser una buena fuente para ello. 

En cambio, la dejó dormirse en su regazo. Su respiración se volvía lenta y acompasada mientras apoyaba la cabeza. Él solo contaba las horas.

La noche terminaba. La mañana llegó solitaria.


4

Pasaron más semanas y el amor empezaba a volverse común. No obstante, el sufrimiento en los ojos de ella se volvía cada vez más intenso. Él creía que podía consolarla. Pero quizás no era cierto.

Las indirectas se volvían más fuertes. En medio de los besos, ella dudaba. Pronto, él supo que nunca le pertenecería. Esa realización lo hizo llorar, un día, en el más absoluto silencio.

Se quedó quieto y muy solitario. La imagen de su sombra se proyectaba desde una esquina. Acurrucado, sintió que pasos se acercaban. El niño pronto estuvo frente a su mirada.

-Veo que estás mal- le dijo.

-No es nada.

-Nada puede ser mucho…

-Es solo…

-Que ella… no te quiere.

-¿En serio?

-Es la verdad. Ella solo sufre por mi padre. Quisiera saber quién lo mató y vive obsesionada con eso.

-¿Y vos no?

-Yo no lo conocí…

-¿No lo extrañás?

-No podría hacerlo, aunque quisiera.

El niño se alejó con esas palabras. Él se quedó allí, pensativo, pero ya no sufriendo. Pronto tuvo algo con qué distraerse.

Ella apareció a las pocas horas. Él la esperaba sentado en el sillón, al abrigo de un holograma. El reflejo de su rostro hizo que ella esbozara una sonrisa. Sin embargo, sus ojos estaban en otro lado.

-¿Lo extrañás?- Él la increpó sin esperar mucho tiempo para decirlo.

-¿A quién?- Ella se hizo la desentendida.

-A tu esposo…

-Eso ya lo sabías.

-Pero no podés amarme.

-Claro que puedo.

-No te preocupés…

Y ese “no te preocupés” la desarmó. Las manos le temblaron como activadas por un interruptor.

Se sentó en el sillón contiguo. Sus rodillas, juntas, hacían un movimiento oscilante. Él se acercó a ella y se las tocó delicadamente.

-Yo puedo ayudarte.

-No lo creo…

-Soy policía… o al menos, solía serlo.

-No conoces este mundo.

-Ya verás cómo me acostumbro.

Ella no le dijo ni sí ni no. Solo lo miró con una expresión preocupada.

-No quiero que te mueras.

-No lo haré.

-¿Y si lo hacés?

-Entonces vete de aquí. Salí de la ciudad si es posible. Allí sabrás que no habrá nada…

-Perdóname.

-¿Por qué?

-Por no amarte.

-Eso no importa.

-Creo que sí. Pero vos no lo dices. Puedo notar que sufres mucho.

-Lo mío no vale nada comparado con lo tuyo. Vos perdiste todo. Yo no sé nada. Así que no tenemos nada en común.

-No sé qué decirte…

-Simplemente no digás nada.

Esa misma noche abandonó la casa. Al abrigo del neón, los barrios bajos se convirtieron en su morada.

Continuará...

Henry Vargas Estrada.





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