Henry Vargas Estrada "Puerto Barrios 2050" [4] - /K/rtones

EXCLUSIVA PARA REVISTA LA FÁBRI/K/ / 30 DE MARZO 2019



7

La gente le hablaba de Atlas como un proveedor de servicios, como un cumplidor de sueños. Él preguntaba y miraba a la gente a los ojos, notando sus sonrisas nerviosas, sus miradas perdidas. Sin duda daban mucha lástima.

Estaba en un lugar bastante extraño. No tenía idea cuanto tiempo había pasado, pero era muy claro que la gente ya no era la misma. Era cierto que había apellidos similares, pero al mismo tiempo se miraba a gente completamente ajena, incluso extranjera. Y esto se repetía más y más sin terminar de parecerle normal.

Todo el mundo le hablaba de cómo amaban este nuevo mundo. Pero cuando hablaban de Atlas, no parecían demostrarlo. Había una enorme falta de sinceridad en todos ellos. No se parecía en nada a cuando estaba con ella.

Por cierto, ¿cómo estaría? Le encantaría saberlo. Pero sabía que no sería lo correcto.

«¿Y qué tal si me la encuentro?» Mejor decidió huir de ese pensamiento.

Esto ya no era Puerto Barrios. Lo supo cuando veía los hologramas, cuando oía que el mar estaba velado, cuando sabía que no todos eran humanos. ¿Qué había pasado? ¿Por qué todo se había transformado? Él sin duda estaba sintiéndose algo perdido. Y, ¿por qué no podía acoplarse?

Abrumado, se acercó a uno de esos lugares que siempre parecían estar vivos, aunque el tiempo pasara. Los bares parecían ser constantes sin importar la época. No se sorprendió al encontrarse uno cerca.

Este en especial estaba bastante poblado. De hecho, no había mesas para sentarse. Fue un verdadero milagro poder encontrarse con un lugar en la barra. Cuando se sentó, vio que era una mujer quien atendía. Su brazo tenía un extraño color plateado, casi cromado. De inmediato supo que no era suyo.

Trató de ignorarla alejando la mirada. Solo se dirigió a ella como si nada pasara. Le pidió el trago más fuerte. Ella le sirvió una copita brillante.

-No sos de aquí- le dijo. Él se sorprendió que tratara de hablarle.

-No, no lo soy. Creo que no debería preguntarte como lo sabés.

-No venís seguido. O más bien, nunca has venido. Yo conozco a casi todos los clientes.

-Hay demasiada gente…

-No todos son gente. Pero sí, hay demasiada. Aunque ese no es motivo para no conocerlos.

-Deben apreciarte mucho.

-Tal vez solo me toleran porque les despacho el licor.

Con ese comentario, ella lanzó una carcajada.

-Te ves demasiado serio.

-Tengo muchos problemas…

-Todos los tenemos. Este mundo está cada vez más lleno de problemas. Es cierto que hay milagros, que la gente vive más, que podemos tener brazos y piernas nuevos, pero aún así todo parece estar más jodido.

-Y vos, en cambio, no te ves muy enojada.

-¿Debería? Creo que eso sería un desperdicio. La vida sigue siendo solo una oportunidad.

-¿Te gusta la tuya?

-¿Y a vos no? ¿Te gustaría no estar vivo?

-Yo creo que viví demasiado. Soy demasiado viejo.

-No parecés…

-Si te contara… Pero no creo que pueda.

-¿Sos de esos? ¿De los resucitados?

Él se quedó de piedra.

-¿Cómo?…

-Atlas lo promociona mucho. Dicen que han traído de vuelta a mucha gente del pasado. ¿Cómo se siente la muerte?

-Nunca estuve muerto.

-¿Solo dormiste? Qué lástima.

-¿Por qué?

-Habría querido saber lo que se siente ser inmortal…

Pero era toda una mentira. Además, no pensaba que cambiaría mucho.


8

Las oficinas de Atlas no eran difíciles de encontrar. Tan solo tuvo que caminar por una calle y preguntar donde estaba el edificio más grande de todos. Al verlo se dio cuenta que no era una exageración.

La Torre Atlas era un mundo aparte. En su vida pensó que algún piso de semejante tamaño vendría a terminar en la que una vez fue su ciudad. Cuanto había cambiado el mundo al darse cuenta que aquellos edificios de apenas dos niveles serían reemplazados por este monstruo. Era una visión que parecía haber sido sacada de algún delirio.

Tuvo que pellizcarse para saber que no estaba soñando. Fue tanta la presión que se hizo en el brazo que hasta sintió mucho dolor. Cuando terminó, vio que lo tenía rojo. Además, sintió que el dolor se volvía parte de él. Caminando por la larga calle, se dejó envolver por esa sensación. Estaba más que presente en su cerebro.

El edificio estaba flanqueado por una ancha plaza. La gente se arremolinaba y caminaba sobre ella formada en grupos masivos. Levantando la cabeza pudo ver como varios drones sobrevolaban a la multitud. Era ver el futuro mismo, el control de lo imposible. Estaba realmente sorprendido.

Pensó de inmediato que tenía que hacer algo. Sin pensarlo, agachó la cabeza. Luego se mezcló lo más que pudo con las personas. Tratando de no ser visto, se acercó a la entrada. Acto seguido, se tocó la cintura donde tenía el arma. Después tomó el mango y la deslizó para tenerla fuera. Estaba esperando cualquier cosa. Pero no pasó nada.

Pronto estuvo frente a la entrada. Ingresó en el edificio ante las miradas desinteresadas de la gente. Mirando el lobby, se dio cuenta que estaba vacío. No podía pasar algo más extraño.

Entonces se hizo la pregunta: «¿Podría ser que estarían esperándolo?»

Pensando en eso estaba cuando una figura se acercó. Eso lo aterró. Sin darse cuenta, puso a prueba sus reflejos y le disparó como vino. 

La persona cayó con un estruendo. No parecía haber pasado nada más. Ni siquiera un aviso. Él corrió desesperado para ver lo que había hecho. Su rostro se contrajo por lo que había pasado.

Parecía ser una simple secretaria. La chica ya no tenía cabeza. La identificó porque vestía una falda de tubo y unos tacones cubiertos de sangre.

Su reacción no pudo ser más tenebrosa. Se quedó mirando a la figura como contemplando un error. Cualquiera que pudo haberlo visto podría decir que no sentía nada, un sangre fría. Pero no era cierto.

No, claro que sentía. Pero, ¿por qué mostrarlo? Era obvio que no ganaría nada. Sin embargo, le dolía, eran rastros de su empatía.

Además, no había manera de decir que no lo miraban. Él sentía que algo estaba por encima.

-Pobre muchacha… -retumbó una voz cálida y comprensiva.

La voz se oía por todos lados. En su cabeza y fuera de ella. Era como si Dios hablara.

-Era tan joven. Apenas se había cambiado los ojos -prosiguió la voz.

-¿Quién es? -Increpó.

-¿Yo? Nadie. Pero a la vez soy alguien. Que bueno que viniste…

-¿Me esperabas?

-¡Por supuesto! Tenías que venir. Nunca podrías haber escapado de todas maneras…

-¿Me vigilabas?

-Todo el tiempo.

-¿Estuviste cuando yo estaba con ella?

-No me perdí de nada.

-¿Quién o qué sos entonces?

-Pronto lo sabrás.

Él se sintió débil. Estaba a punto de colapsar.

-Por favor, calmate- la voz parecía preocupada e impersonal a la vez-. No quiero que mueras antes de tiempo. Ese nerviosismo puede destruirte…

-Tengo miedo.

-El miedo es normal. Pero no dejes que te venza.

-Necesito irme.

-Y lo vas a hacer. Dejá que te ayude antes.


No supo cómo ocurrió. Solo sintió un olor dulzón penetrándole las fosas nasales. Pronto estaba dormido…


Continuará...

Henry Vargas Estrada.



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