Eleázar Adolfo Molina "Pity me" [2] - /K/rtones

Fuente: https://www.pexels.com/.

Capítulo Tercero


You need cooling, baby I’m not fooling, I’m gonna send ya back to schooling. A-way down inside. A-honey you need it. I’m gonna give you my love.

Pasadas las dos de la tarde llegó a Santa Cruz del Quiché. El airecito frío de aquel lugar le recordó a su ciudad natal. La gente corría de un lugar a otro, el parque se encontraba repleto de soldados y de vendedores. Uno de los soldados lo miró con despreció y se acercó a pedirle sus papeles. Después de aquel intimidante interrogatorio, decidió sentarse en una de las bancas al frente de la iglesia.

Tenía hambre, pero sabía perfectamente que, si llegaba a comer algo, la goma de la borrachera del bus haría que vomitase lo que fuese. Empezó a observar el cielo y miraba como las nubes caminaban por aquel testigo de tantas vidas. De pronto un hombrecito, pequeño y delgado, con una camisa roja con rayas blancas se acercó a él.

Want to whole lotta love, want to whole lotta love, want to whole lotta love, want to whole lotta love.

-¿Maestro? –inquirió.

Stuardo se le quedó viendo de pies a cabeza, se imaginó que era el arnulfiano que habían mandado a por él.

-¿Usted viene de San Arnulfo? -preguntó con una voz borracha aún.

El muchacho se presentó como Julio, caminaron por las calles de Santa Cruz hasta el hospital general, luego ingresaron a un comedorcito en donde almorzaron los dos. No había mucho diálogo en aquella mesa. Tan solo caras y pensamientos juzgones indirectos.

You’ve been cooling, and baby I’ve been drooling, all the good times, baby I’ve been misusing. A-way, way down inside. I’m gonna give ya my love. I’m gonna give ya every inch of my love.

Julio observó al escritor con detenimiento. Sus ojos pudieron ver un alma sola, triste, rota, frustrada. Su nariz en cambio sentía el aroma de licor unido a mierda. Pensó en ofrecerle una cerveza o un trago, pero quizá sería un mal detalle con el escritor.

Stuardo miraba con recelo a su edecán, callado, con una mirada filosa e inquisitiva. Sentía su garganta seca y sabía que en cualquier momento un temblor de goma le iba a robar la paz de sus brazos. Necesitaba alcohol.

Ambos se miraban en silencio y ninguno se atrevía a hablar. Salieron rumbo a la terminal para tomar el bus que los llevara a San Arnulfo, el silencio era tan incómodo pero necesario, Stuardo no confiaba en Julio y aquel hombrecillo sentía mucha desconfianza del escritor.

-Tengo novia -le dijo Julio sin verlo o al menos, parecía que no le hablaba a él.

Caminaban por una pequeña banqueta y los automóviles que pasaban en la calle, les rozaban con los retrovisores los brazos, aquella calle era muy pequeña. El escritor con un sonido de su garganta pareció decirle a Julio que aquella información era valiosa, pero no le prestó atención siquiera, ya que trataba las ganas de vomitar.

-Se la voy a presentar en cuanto lleguemos al pueblo maestro, usted la verá, ella es un sol extraordinario, una mujer única, morena, menudita, tiene unos ojazos, cuando me mira siento que son dos soles extraordinarios los que se fijan en mí. Yo soy insignificante para ella, no la merezco, ella me lo dice y yo lucho todos los días para enamorar su corazón. Es una ninfa entre nosotros los mortales. Su cintura es el paraíso y no se diga sus muslos, blancos, llenitos, me fascina besarle sus piernas y sentir el aroma de su cuerpo mientras me acerco a besarle… a besarle… usted me entiende verdad maestro, a inflar el sapo -suspiró el pequeñín.

Stuardo solo supo decir un seco "ajá" seguido de una carcajada, mientras pensaba que aquel hombrecito debía de ser poeta, tenía mucho más arte que él en su poesía. Además, estaba enamorado. Julio le señaló el bus y subieron con prisa, aquel transporte estaba vacío, se sentaron el parte de en medio para poder platicar sin que el chofer y el brocha los escucharan.

-¿Usted tiene novia? -preguntó Julio.

-Pues verá usted Julio, no tengo novia, aunque creo que lo más parecido al amor lo encontré en este viaje. Con una dama que no pudo soportar sus deseos por poseerme y sin reparo pidió que le hiciera el amor, nos bajamos de la camioneta en la carretera, cerca de Argueta, lo hicimos debajo de unos árboles. Viera usted como me besaba y como me pedía que me quedará con ella. Es más, vea, aun traigo los moretones de unos mordiscos que me dio en el pecho -dijo orgulloso Stuardo mientras le enseñaba los morados en la piel a su acompañante.

Shake for me girl, I wanna be your backdoor man, hey oh, hey oh. Want to whole lotta love. Want to whole lotta love.

-Válgame maestro, quiero que usted me ayude, le quiero pedir matrimonio a mi novia, su palabra puede ayudarme -dijo Julio con un tono emocionado.

-Claro que sí, con gusto… trátame de vos, ya somos cuates mano, ¿Cómo se llama tu culito? - preguntó Julio mientras milagrosamente encontraba un cigarro en su bolsillo derecho.

-Dalila -respondió el joven sonriendo y sonrojado.

El bus arrancó y sabían que era la señal para iniciar el tramo final de aquel viaje. El brocha se acercó para cobrar el pasaje y Stuardo le habló al oído, le dio un billete de cincuenta quetzales. El brocha salió corriendo del bus y regreso con cuatro paquetes de cervezas, de esas que vienen en seis latas por paquete.

-Dalila… Dalila era una mentirosa -dijo Stuardo mientras brindaban con el chofer y el brocha por aquel amor eterno que se juraría el fin de semana. A lo lejos sonaba la voz de Guadalupe Esparza cantando una triste canción de amor.

-Whole lotta love. Led Zeppelin. Album: Led Zeppelin II. 1969. Inglaterra.


Capítulo Cuarto

In the year of ’39 assembled here the volunteers. In the days when lands were few.

El bus se detuvo en la única gasolinera del pueblo, la misma estaba en la salida, ahí para la feria del lugar quemaban el castillo de pólvora. Ahí iniciaba la alameda principal. La calle principal de San Arnulfo era ancha, adoquinada, con una vista especial de la iglesia católica desde el inicio del pueblo. No importaba el lugar donde se podría ubicar dentro del pueblo, el susurro del río se escuchaba siempre. Era la respiración de aquel lugar.

Al llegar a la pequeña plaza central, se ubicaba un falso pimiento en el centro, dándole sombra a una fuente de leones que vomitaban agua. La iglesia de sobria fachada barroca, era dedicada a San Arnulfo, el patrono de las cervezas. Stuardo y Julio se bajaron del bus con una borrachera y tres horas después de que salieron de Santa Cruz del Quiché. El tiempo de viaje era de unos cuarenta y cinco minutos. Pero el bus se detenía cada vez que encontraban una tienda y compraban cervezas con lo que se había juntado del pasaje del mes.

Here the ship sailed out into the blue and sunny morn. The sweetest sight ever seen. And the night followed day.

Caminaron por la alameda principal ante la mirada los transeúntes que corrían a sus hogares. El sol estaba cayendo ya y la noche se acercaba con todo su esplendor. Un grupo de soldados los siguió con la mirada desde que iniciaron su marcha al partir de la gasolinera. Conocían a Julio, pero el extraño, seguro era el poeta que iban a premiar esos días.

Los pasos eran parecidos a los que se dan en las procesiones de rezados en diciembre. Dos pasos para adelante y ocho para atrás, al ritmo de una marimba orquesta inexistente. Julio gritaba por los aires el coro de una canción de la marimba Orquesta Gallito. La gente los miraba pasar y los juzgaban en silencio.

And the story tellers say, that the score brave souls inside. For many a lonely day sailed across the milky seas. Ne’er looked back, never feared, never cried.

Al llegar al parquecito central del pueblo, más gateando que caminando, llegaron a la puerta de la municipalidad, lugar en donde los esperaba la secretaria municipal. Stuardo la vio y sintió como sus entrañas ardían en deseo por ella. Era pelirroja, un rostro angelical, una sonrisa blanca y pulcra y tenía un cuerpazo. Julio habló con ella y se despidió del poeta. Luego ella le dijo que se llamaba Carla, Claudia, Catia o algo así y que lo llevaría al hotel donde se quedaría.

Stuardo caminaba muy despacio a la par, luego cuando el alcohol le recordó que era hombre y ella mujer, inicio un cuestionario para saber si ella tenía pareja. La mujer le respondió que no, era sola, sin nadie, ni siquiera chucho o gato. Stuardo le miraba los muslos y sintió que su deber era amar aquella noche. La empezó a chulear. Le decía muchos piropos y poemas de Neruda, Benedetti y un poeta nuevo que tenía una editorial alternativa en la zona 6 de la capital, aquel escritor de apellido Villalobos le inspiró ternura y le despertó un sentimiento que le hacía pensar que Villalobos era iluso. Sus poemas amorosos eran eso, ilusos, pero aquella noche le funcionaban a la perfección con Carlita, Clarita, Carmencita o como se hiciere llamar la mujer de pelos rojos y cintura de volcán.

Don’t you hear me calling you? Write your letters in the sand, for the day I take your hand, in the land that our grandchildren knew.

La mujer se dejó convencer durante el camino al hostal San Judas, aquel era un hombre culto y le decía palabras de amor perfumados con el olor a cerveza, pero claro, ¿qué hombre no bebe en San Arnulfo? Sí en este pueblo hasta el santo patrono es bolo y tiene su tarro de cerveza en la mano izquierda mientras en la derecha pide otros tres tarros.

Ya en el hostal, Stuardo la convenció de que lo encaminase a su habitación, ella aceptó pensando que un beso sería el premio por aguantar al borracho escritor que le decía poemas al oído. Ya en la puerta de la habitación, Stuardo la beso, metió su lengua con sabor a cerveza en la garganta de aquella mujer, mientras su mano sostuvo una nalga… ¿O era un muslo… pierna quizás? La mujer respondió quitando el cincho del escritor y luego lo empujó hacia la habitación. Con el cinturón lo amarro de las manos y lo empezó a desnudar. Stuardo estaba emocionado, aquella mujer no era la anciana de la mañana, era una muchacha, una jovencita que tenía el porte de la princesa Diana.

But my love this cannot be, for so many years have gone though, I’m older but a year. Your mother’s eyes, from your eyes, cry to me.

La mujer lo hizo suyo aquella noche. Gritaban los dos. Gemían los dos. La mujer lo azotaba con el cinturón y lo tenía amarrado en los pies con su sostén. Ella olía a naftalina y cuando lo besaba en el pene, sentía como si no tuviera dientes, ella lo besaba con tanta pasión y le estaba haciendo el mejor sexo que se pudo haber imaginado.

Ella le gritaba, le exigía poesía, cuando Stuardo le recitaba algún poema de Benedetti, Neruda o Villalobos, ella entraba en un orgasmo interesante, se quedaba petrificada viendo al cielo, con los ojos en blanco, luego temblaba y gritaba con todas sus fuerzas, aquel temblor era acompañado de un color rojizo en su cara y una sonrisa que desaparecía al besar a su amante de aquella noche. Luego lloraba, lloraba intensamente como niña, suspiraba y lloraba a gritos, pero el movimiento de cintura y los besos no paraban. Así fue la primera vez, la segunda, la tercera, la octava. Así fue toda la noche, hasta que ella, suspirando le dijo, algo de amor y fidelidad y de estar juntos por siempre, él solamente decía "ajá", le dolía la verga y la sentía caliente, le dolía la cintura y le costaba respirar. Estaba bañado en el sudor de los dos. Con los ojos cerrados sonreía al techo de la habitación. Ambos durmieron abrazados.

All your letters in the sand, cannot heal me like your hand, for my life, still ahead, pity me.

-Buenos días mi amor -rompió el silencio de la habitación la voz dulce de una mujer.

Stuardo abrió los ojos y ante su mirada emergió la figura de una anciana. Una mujer adulta, que estaba calva, desnuda y acostada a su lado. ¿Y el pelo rojo? El escritor se sentó en la cama y sus ojos buscaban una explicación al... ¿Sueño? ¿Visión? ¿Verdad? No sabía a ciencia cierta que había vivido la noche anterior. Sus ojos encontraron los cabellos rojizos en el suelo y luego vieron a la mujer cambiándose a un lado de la cama.

-Tienes que ducharte, ya tu desayuno está pagado, tienes que estar a las diez de la mañana en la municipalidad, ahí te presentaré al señor alcalde. Te veo al rato muñecote -dijo la mujer, mientras salía de la habitación componiéndose la ropa.

Aquello quizás no era amor, pero se le parecía un poco. Stuardo se recostó en la cama y luego se carcajeo como un demente, había tenido relaciones con dos ancianas en menos de 17 horas, eso debía ser un récord. A sus amigos les diría que fueron tres mujeres bellísimas, para que le restaran el 5% de credibilidad y se quedaran con la visión de dos jóvenes algo pasadas de peso.

Al final, la verdad es una versión imperfecta de la poesía.

-’39. Queen. A Night at the Opera. 1975. Inglaterra.

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