Leyendo con prejuicios - Opinión

PUBLICACIÓN POR LUIS RICARDO LÓPEZ ALVAREZ / 23 DE ABRIL 2019


Osos de gomita rojo en medio de osos de gomita transparentes
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El analfabetismo funcional y el selectivo pueden llegar a ser tan nocivos como el analfabetismo llano; saber leer y no practicarlo como un hábito es un desperdicio tanto de las habilidades que se adquieren con la lectura (análisis, inferencia, argumentación) como del tiempo invertido para dominarlas.

Así también el analfabetismo selectivo se adquiere al cerrarse a las lecturas por prejuicio religioso, ideológico de gusto o interés; si bien es cierto que el tiempo es un recurso determinante en la lectura y no podríamos aunque quisiéramos dedicarnos a leer cuanto se nos pasa frente a los ojos a la manera  de un niño que descubre sus primeras letras.

Pero esta selectividad de lecturas cuando competen a un tema que pretendemos dominar, o en el que nos hemos especializado, o del que nos lanzamos como defensores o enemigos acérrimos, gran daño le hacemos a nuestras opiniones al limitarnos a leer tan solo de la fuente que es de nuestra preferencia y no a los contrarios para hacer un ejercicio de síntesis.

Y no es ajeno a estos vicios el lector de ficciones, el que dice solo leer “historias” o poesía, o el que idealiza la literatura con función poética.  Quiero centrarme en la ficción, pues para los textos de referencia o científico se sirven muy bien los argumentos lógicos para desprestigiar a los lectores parciales o fanáticos de corrientes de pensamiento o ideológicas. Los prejuicios son síntomas de esos analfabetismos.

El que lee ficción puede por su inexperiencia o falta de reflexión caer en muchos vicios, de los que se cuenta: creer que la obra literaria guarda relación con la fantasía o experiencias de la vida del autor.

Hay que entender que como todo artista puede nutrirse de lo que ha observado vivido o reflexionado, pero también puede crear a partir de su ingenio y análisis del comportamiento humano; una verdadera obra literaria no será un panfleto ideológico ni un desahogo de frustraciones y deseos puestos en práctica o reprimidos.

No hay que limitarse al biografìsmo (como hacen muchos docentes de literatura) y tratar de encajar la narración, la escena o la poesía en las vivencias de los autores; pues la gran mayoría viven vidas mucho más simples o sedentarias de las que presentan en sus obras. Una obra podrá ser buena para un lector en la medida en la que logre conectarse con sus emociones y causar intriga; no como el producto de un cotilleo vespertino al estilo Paty Chapoy en el que el lector juzga que tan aberrado o no es el escritor. Autor, narrador y personaje no son lo mismo.

Otro prejuicio ocurre con las lecturas de la antigüedad o la edad media; se suele juzgar los textos antiguos como obras de complicada comprensión por su lejanía en el tiempo que fue escrito; o tenérselas  como producto exclusivo de la mente humana, y por ello mermar su valor simbólico como plantea J. Evola en The Mistery of the Grial.

Un lector sano no pude obviar los clásicos, son las obras que dieron fundamento e inspiración a trabajos posteriores, especialmente los clásicos occidentales están revestidos de nuestra cultura; nos invitan a conectarnos con quienes somos, con nuestros ancestros, tradiciones y concepción del mundo; es tan cargados del principio de verdad superior más básico: «El mito».

Al leer un texto clásico debe dejar de buscarse a Homero, el valor histórico o las descripciones exactas de lugar y hechos; dejar de ver el mundo propuesto con el cientifismo contemporáneo.

“Lo que nunca ocurrió es eternamente cierto” decía el emperador Juliano el Apostata.

En The Mistery of the Grial, se nos recuerda que en toda incongruencia, en toda fantasía, en toda inconexión de aquellas obras reside el valor simbólico y se guarda un mensaje oculto.

Otros prejuicios usuales son los de la lectura estética y la de complacencia; leemos obras y las valoramos solo por los recursos estéticos que plantean; así infravaloramos las obras pasadas por no contar con tantos giros y usos de recursos como los actuales; obras como Ulises de James Joyce pasa a valorarse más que por ejemplo El libro del Buen Amor aunque no tengan conexión temática; suele tenerse al Ulises como obra magnífica por el uso del monólogo interior; aunque su desarrollo de acciones e historia sean un tedio.

El prejuicio de complacencia es aquel en el que caen los escritores al limitarse en la actualidad a componer obras de carácter netamente realista o urbano (con lo que pueda complacerse o identificarse el lector). Hemos abandonado la fantasía o el mito la grandeza de tiempos pasados para limitarnos a describir y apreciar como un escritor mediocre se emborracha todas las tardes, se acuesta con mujeres de moral dudosa, se lía a golpes en un callejón y se queja porque sus editores nunca le publican.

Escritos de la noche les llama Yukio Mishima en el Sol y el acero, viven y lucran (si es que lucran) de la obscuridad.

El prejuicio de complacencia es el que produce obras mediocres o medianamente buenas en busca de complacer a la mayor cantidad de lectores; el autor se vuelve un exhibidor y la obra literaria un producto a gran escala; y no tiene nada de malo producir obras de calidad que sean entendidas por pocas mentes; es en sí dotar al mundo de grandes composiciones.

El prejuicio lector nos cierra la visión y el entendimiento, es nuestro glaucoma; nos hace comprender el valor de la literatura o el valor de un escritor de forma muy limitada.

Queda decir que el gusto, el disfrute y la capacidad de interpretación y análisis crítico se adquiere como el del paladar del catador de vino o el músculo del fisicoculturista: con esfuerzo y constante práctica, con la experimentación de sabores diversos, con la capacidad de expresar: “esto no es de mi agrado o lo rechazo por mi criterio aunque me nutro para refutar lo que se me presenta”.

LUIS RICARDO LOPEZ ALVAREZ


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