RESEÑA POR RODRIGO VILLALOBOS / 24 DE JULIO 2019
Hugo Carrillo fue dramaturgo y director teatral guatemalteco de amplia trayectoria y reconocimiento. Fuente: https://cuartapared.jimdo.com/galer%C3%ADa-de-teatro/hugo-carrillo/.
En
Guatemala, detrás de Manuel Galich, es muy difícil hallar dramaturgos natos,
entregados a la misión de la literatura pensada para la puesta en escena. Sin
embargo, la figura del inventivo Hugo Carrillo aparece en los años 80, como un
creador de contenido dramático, de la misma calidad que el mismo Galich y
apenas algunos años después.
Se trata de una
literatura estructurada para ser representada en un escenario y de un escenario
pensado para la palabra. La exactitud de las acotaciones de Carrillo ofrece a
cualquier lector una ubicación precisa de acciones y lugares con un desarrollo
vertiginoso y privilegiado.
Cada plano
escénico se ubica con precisión, los movimientos y gestos de sus personajes son
los necesarios, los recursos teatrales se agotan de manera equilibrada y prueba
de ello es La calle del sexo verde.
En esta obra ya mencionada, Hugo Carrillo matiza el modus vivendi de una sociedad cualquiera, llena del encanto
capitalista del consumo, sumida en el desconsuelo o desilusión de las clases
sociales marcadas y, propia de un ambiente urbano dotado de conformismo y
mediocridad.
Carrillo nunca
deja nada al azar o la improvisación, por algo su aguda visión panorámica de un
escenario siempre móvil, nunca estático. Sus juegos de luz y movimiento
enfatizan los diálogos de sus personajes y sus formas de retratar la realidad
se vuelven más verosímiles a medida que se desarrolla el hilo narrativo.
Si bien su estilo
teatral se va engrosando de crudeza, las situaciones que plantea siempre se
llenan de violencia física y psicológicas que van haciendo mella en el
espectador.
Hugo Carrillo sabe
cómo provocar a su público, ya que los giros de trama son inesperados, pero
creíbles.
De igual manera
los diálogos que se nos muestran en La
calle del sexo verde no escatiman en dejarnos dobles sentidos,
ambigüedades, sino que son como hoja de cuchillo: cortantes y directos, recios
saltos de entonación que demuestran la fidelidad por lo verdadero y lo
sensible.
Un contraste
frívolo que puede pasar inadvertido dentro del maravilloso contenido escénico,
es el del control preciso de las acotaciones. Dicho detalle nos retrata la
lucidez de las obras de Carrillo, un teatro abierto y dispuesto a la
experimentación con los signos teatrales, pero capaz de mantener sumido en
atención a su público.
Se trata pues, de
un dramaturgo en el sentido completo de la palabra, menos leído que otros y con
una menor puesta en escena que muchos otros. Hugo Carrillo es de esos autores
que vale la pena leer tanto como asistir a una butaca de teatro para el deleite
completo de su estética escénica, esto porque siempre es capaz sorprender con sus
brillantes apuestas por darle vida al escenario y a sus personajes, realzando
sus psiquis y sus argumentos de interpretación del mundo real.
Un autor limpio es
aquel que cuida los detalles más mínimos, ese es el caso de Carrillo y su
teatro, reluciente al punto de ser traslúcido para cualquier ojo crítico.
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