PUBLICACIÓN POR LUIS RICARDO LÓPEZ ALVAREZ / 28 DE OCTUBRE 2019
Columna publicada previamente en la revista digital Gazeta de Guatemala el día 18 de agosto de 2018.
Imagen tomada de Pexels.
Aunque parezca reduccionista la visión de la realidad que hoy les presento, sepan que a mi entender el saber humano lo es aún más, pues se compone por conocimiento verdadero. Lo demás es error.
En el pasado, solía ver a las letras y a los números como dos realidades que se oponían y se enfrentaban constantemente. Estaban aquellos que dominaban la retórica (en la declamación y la oratoria) y los que se sabían capaces de resolver simples y complejas operaciones lógico-matemáticas.
Miles de horas habríamos de pasar repitiendo planas de letras y números, hasta que finalmente optábamos por pertenecer al bando que se nos hacía más entendible; sin comprender en verdad que estábamos sumergidos en el uso constante de uno y otro, que se entrelazan en espiral como el trenzado en la crin de un caballo desbocado en la llanura.
Pero entender que los números y las letras no son realidades opuestas no llega para todos, pues es común escuchar testimonios de adultos que en definitiva odian el engorroso recordar de normas ortográficas, lo simplemente tedioso de encontrar el sentido en un texto o la composición de una carta causa la misma reacción que la de una cruz frente a un poseso.
Y no faltan entre los adeptos a las letras aquellos que prefirieron evitar el estudio de alguna carrera porque en esta se cursaba matemática; o de los que simplemente prefieren relegar la habilidad del cálculo básico al resultado que indique la calculadora, porque «¡sin duda!» en la máquina encontrarán una verdad diferente y exacta a la que sus propias habilidades pueden otorgarles.
Pecan aún más de soberbios quienes al llegar a la adultez se mantienen en este constante antagonismo, queriendo demostrar que unos u otros (letras o números) son los mejores, sino los exclusivos medios para conocer la verdad.
Como aquellos, yo formaba parte del primer grupo; estaba tan acostumbrado a pensar que mi conocimiento debía restringirse exclusivamente al dominio de las palabras, pues los números me parecían, además de incomprensibles y engorrosos, símbolos fríos, carentes de toda posibilidad de introducir fantasía o sentimiento.
Sin saber que realmente han sido estos los que han servido como medio para traer a la realidad las fantasías más sublimes de los hombres, los viajes en el cielo y hacia el espacio, la creación de pócimas y brebajes que permitieran no morir de una herida de guerra o de una enfermedad, hasta ese momento, incurable.
En alguna parte de los procesos básicos de la matemática habría de perderme, y al igual que mis resultados, de tener una equivocada concepción de su capacidad y utilidad.
Los números, por cierto, están a nuestro encuentro a diario, no son malos ni buenos, solo útiles y presentes en la naturaleza. Disponibles al hombre para ser descubiertos y empleados en su diario vivir, podría incluso retarle a no emplear números todo un día y se vería usted imposibilitado de conocer la hora, medir la cantidad de combustible en su vehículo, utilizar dinero, hacer uso de la computadora por la que lee este artículo, saber a qué velocidad se dirige, indicar la cantidad de alimento que quiere consumir (sin hacer trampa mencionando las medidas cualitativas del español), no podría subir los pisos en el elevador, no tendría modo alguno para comunicarse con sus seres queridos empleando el teléfono, no podría dar ni recibir direcciones, entre otros muchos casos que a mi sinrazón acontecen.
Pensemos, para el diario vivir, en el caso de un edificio, los números son sin duda necesarios para poder construirlo, se necesitan medidas, proporciones y cálculos no solo de costos y beneficios, sino de resistencias y fuerzas implicadas, cálculos de profundidad, registros en planillas de pagos para los trabajadores e incluso de cuántos se necesitará para ejecutar uno de los muchos procesos que ese trabajo implica.
Las palabras pueden ser beneficiosas, pues sirven para dar instrucciones de cómo habrán de ejecutarse los números en la construcción del edificio. Un mal uso de palabras puede hacer que entre directores y trabajadores no haya una comunicación adecuada y se desperdicien recursos o se termine suspendiendo el trabajo por el enojo de las partes.
Las palabras pueden ser destructivas, cuando puedan servir para crear una legislación que permita o prohíba la continuidad de la obra.
En otros casos, las palabras mal empleadas en un proceso legal pueden condenar a un inocente o liberar a un culpable al anular una sentencia. Podría ser, también, que un requerimiento mal redactado de una oficina de Gobierno haga que no se obtenga lo que se solicita.
Sin duda un artista requiere saber de ambos para ofrecer al mercado su obra. Necesita palabra para vender y números para calcular lo que ha de cobrar para no incurrir en pérdidas y poder seguir trayendo a la realidad su capacidad creativa.
Vimos el siglo pasado como el uso de los números permitieron la creación de armas de destrucción masiva, pero esto no los hace malos como tal, ni mucho menos a las palabras; pues debieron firmarse y justificarse hasta el cansancio los documentos que autorizaron su creación y lanzamiento sobre civiles en Japón de 1945; fueron aquellas personas que les emplearon con la finalidad de hacer política destructiva quienes dotaron de un uso negativo a las palabras y a los números.
A las palabras y a los números hay hombres que les dotan de valores nobles, como enfermizos. Hay quienes transmiten ideologías nocivas, y hay quienes cifran la verdad escondiéndola entre las palabras y los números.
Yukio Mishima describió, en su ensayo El Sol y el acero, a las palabras como dotadas de poder corrosivo frente al cuerpo; que podría interpretarse como la oposición entre mente y cuerpo, aunque finalmente indica que pertenecen a una misma realidad y que deben ser ejercitadas igualmente.
Las palabras corroen al individuo cuando no sirven como medios para construirse a sí mismo, y cuando se les deja como único medio a desarrollar en la existencia. De nada sirve una mente culta en un cuerpo carente de salud o que por propia voluntad se deja someter a la desidia espiritual.
Las palabras, a diferencia de los números, no son signos exactos. Pueden representar valores diferentes y emplearse de distinto modo. Pueden, incluso en tiempos actuales, ofender los sentimientos de los más débiles de espíritu; y lamentablemente esto trasciende al punto que se pide censurar la libertad de expresión para no caer en las miles de etiquetas que estos se inventan, en una neolengua que viene tanto de la derecha como de la izquierda.
Los números están presentes en la naturaleza; el crecimiento de las plantas y sus formas pueden ser medidos. Por otra parte, las palabras, que no el lenguaje, son un fenómeno exclusivamente humano o de sus extensiones.
Tonto sería pensar que son opuestos, pues solían usarse en la poesía para construirla utilizando métrica. Y sin palabras ¿cómo podría transmitirse el saber que revelan los números?
¿Y en la educación? En nuestro sistema educativo guatemalteco, al que no solo integran las entidades gubernamentales y los maestros, sino también los padres y los hijos; pues no debemos olvidar que culturalmente así ha sido, y corresponde exclusivamente a los padres el derecho de decidir qué es lo más conveniente para que sus creaturas aprendan.
Vale la pena preguntarse: ¿por qué valúan más los padres la calificación perfecta del hijo que destaca en matemática?, y al mismo tiempo devalúan la habilidad para el uso de las palabras. ¿No es igual de importante la habilidad para reconocer la ideología o el engaño en un discurso?, o tener la capacidad para expresare sin temor ante otros hombres.
O se castiga al que no entiende la matemática cuando probablemente sean las palabras del docente las que no se usaron en el modo necesario para explicar.
Sin duda, un individuo que no conozca o no pueda realizar operaciones básicas de aritmética se encontrará frente a una barrera colosal para poder desenvolverse en la vida cotidiana; pero la falta de habilidad lingüística nos dota de debilidad espiritual, de incapacidad para expresar nuestros propios deseos y sentimientos.
Entendamos que los números y las palabras han estado y estarán ahí, son dos fuentes para conocer y transformar la realidad, no a nuestro antojo, ni en los sueños guajiros de algún o alguna dictadorcilla de redes sociales. Están para traer progreso a los hombres y para dignificar su ser.
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