Columna publicada previamente en revista digital Gazeta.gt de Guatemala el día 6 de diciembre de 2017.
No es accidental que persona, personalidad y personaje, compartan un mismo origen etimológico. Hacen todas relación al ser, al sujeto y sus cualidades. Solo algunos casos en los antiguos textos clásicos dan muestra del actuar de personajes colectivos, muestra quizá del origen de nuestro falso creer que la masa puede actuar, desear y pensar en colectivo. De diferente manera, en la actualidad los textos poseen personajes exclusivamente individuales; esto quizá porque, al trabajarlos de esta manera, se puede desarrollar con mayor profundidad la psicología, el contexto y las motivaciones de cada personaje.
Para los personajes también aplica aquel principio praxeológico de que tan solo los individuos actúan, y lo hacen de forma racional, consciente y deliberada.
A todo esto, con justa razón, aunque nos parezca muy básica la pregunta: ¿qué es un personaje?
Bueno, es uno de los elementos base en la triada de la construcción de narraciones, el cual, junto con el lugar (espacio) y las acciones no pueden faltar cuando tenemos la intención de contar algo.
Sin personajes tan solo dispondríamos de descripciones muy precisas de espacios físicos (valga esto para la poesía bucólica, pero no para una narración), además, sin ellos las acciones desprovistas de sujetos que las ejecuten simplemente no existirían, serían ideas posibles, errantes para siempre en la mente del escritor.
Así que vale la pena decir que: «En el principio de la literatura el espíritu del personaje se movía sobre las aguas del relato…».
Es por eso que al entregarse a la escritura de narraciones no se debe hacer a la ligera y se opte por construir personajes planos, o de los que sus rasgos de personalidad no encajen con sus acciones o contexto. Es decir, hay que hacer personajes verosímiles (que no con esto se entienda que en extremo sean realistas).
Deben ser verosímiles en tanto les concedamos la característica de “personalidad”, aun así se trate de una computadora con inteligencia artificial o de un ser extradimensional; al presentarse a nuestra realidad “ficcional” sabrán mostrarse hostiles, curiosos o interesados. Por lo que aunque sean seres extremos, es clave otorgarles una historia, contexto, rasgos de personalidad, características físicas, motivaciones y amenazas.
Todos los elementos anteriores, no solo motivan al lector, también le permiten analizar lo que lee, formarse una idea de aquellos que se le presentan y descubrir información subliminal que le permita entender por qué actuó del modo en que lo hizo.
Así, personajes bien definidos trascienden más allá del primer interés de una publicación reciente, y aún lo hacen de forma apócrifa de sus mismas obras. Cuántas veces no se escucha mencionar una frase del príncipe Hamlet, o se piensa en el ser y la figura del Quijote, las muchas versiones en medios animados de Ebenezer Scrooge, o de Jekyll y Mr. Hyde.
Y aunque en algunos casos los personajes sufran transformaciones a las reinterpretaciones de escritores, dándonos los tantos 'Batmanes y Supermanes' que han existido desde la época dorada de los cómics a la actualidad, aún comparten un elemento nuclear que hace que no dejen de ser y sus lectores les reconozcan.
Por otra parte, hay quienes no ven en el personaje como tal un elemento tan significativo. Sobre ese tema me interesó una lectura a la obra de María del Carmen Bobes Naves, cuando en La novela hace una interesante descripción de la visión que los estudiosos funcionalistas de la literatura tenían sobre el personaje de las obras, al que concebían como un elemento más o menos reemplazable. Aquellos críticos o preceptistas expresaban que realmente el espacio del personaje solo valía por la función que ejercía en la obra, podría ser el héroe, el villano, la damisela en peligro, u otras tantas. Para esto, no debía dársele tanta importancia al ser del personaje como a su función, pues daba lo mismo que las acciones las interpretara Pedro o Matías, si finalmente el desenlace sería el mismo.
Pero la construcción de las obras bajo este método, a mi entender, desprovee a los personajes de verosimilitud, no permite que el lector se identifique con el personaje, pues sus rasgos de personalidad no se profundizan. ¿Acaso sería lo mismo matar a Héctor o a Aquiles que a Ulises?
No con esto querría siquiera expresar que las funciones son inútiles o que no existen; nos sirven como base, pero quedarse en las fórmulas repetitivas y no generar personajes que puedan impactar al lector, que queden presentes en su memoria, equivale a fabricar obras intrascendentes, refritos hollywoodenses, que bien se podrían encontrar en cualquiera de la multitud de libros que se publican día con día.
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