PUBLICACIÓN POR CHRISTIAN CASTAÑEDA / 13 DE DICIEMBRE 2019
El octavo larga duración de los ingleses tiene muchos
elementos que lo alejan del rock convencional, a tal punto de mostrar sus
raíces de R&B, blues y funk a lo largo de sus temas. Por ejemplo, ‘Lay Down, Stay Down’ es
la composición ideal para que la ejecución del baterista Ian Paice adquiera mayor
presencia y le haga frente con altivez a sus homólogos de la época como los
hermanos Appice (Carmine y Vinny), Keith Moon o el legendario John Bonham de
Led Zeppelin. Pese a su esencia rockera, la canción se presenta dentro de una
vestimenta boogie mezclada con blues de la vieja escuela. La dupla
Hughes/Coverdale toma posesión del oyente una vez más con sus extraordinarios
registros que, al combinarse, ocasionan una explosión de colores y matices
vocales que te dejan sediento y con ganas de escuchar más.
Cuando hablamos de bandas que pueden ser consideradas
como las precursoras del heavy metal en términos de sonido, producción y presencia
escénica, el nombre de Deep Purple se hace presente. Olvidémonos por un momento
de Black Sabbath y su mórbida teatralidad que les permitía explorar los mundos sórdidos
del doom. Hagamos a un lado
temporalmente ese sonido pesado sin adulteración con el que Mötorhead y Judas
Priest incendiaron los estadios años después. Deep Purple, la mítica banda
inglesa fundada por el guitarrista Ritchie Blackmore –pionero del estilo
neoclásico e inspirador de grandes maestros de las seis cuerdas como Yngwie
Malmsteen-, quien se hacía acompañar de Ian Gillan en las voces, Ian Paice en
la batería, Jon Lord en los teclados y Roger Glover en el bajo, había
implantado ya su propia bandera con In
Rock, Fireball y Machine Head, trabajos en los que se construyeron
las bases para el sonido pre-metal que otros exponentes del género imitarían con
el paso del tiempo. Basta con escuchar ‘Highway Star’, ‘Lazy’, ‘Strange Kind of
Woman’ o ‘Smoke on the Water’ para satisfacer cualquier duda, siendo esta
última canción la que muchos consideran como la poseedora del riff más icónico en
la historia del rock.
Para 1973, Deep Purple se encontraba en la cúspide del
éxito. Costaba imaginar al reconocido cantante Ian Gilllan y al bajista Roger
Glover fuera de sus líneas. Lamentablemente, las tensiones entre Blackmore y
Gillan, sumadas al agotamiento producido por las extensas giras, contribuyeron
al deterioro de la relación entre los músicos. Sin dos de sus elementos clave,
el destino de Deep Purple era incierto. Seguidores y críticos por igual
especulaban si los miembros restantes eran capaces de continuar y, en el mejor
de los casos, de encontrar un reemplazo digno al enorme vacío dejado por Gillan
y Glover. Sin embargo, para Ritchie Blackmore la derrota era algo impensable. Fue
así como, tras reclutar a Glenn Hughes (Trapeze) y a un por aquel entonces
desconocido David Coverdale, quien años después crearía Whitesnake, Deep Purple
resurgía del abismo y daba a conocer Burn,
placa que considero como su obra más importante y el ejemplo perfecto de una
banda que tiene la madurez suficiente para evolucionar su estilo musical de
forma íntegra y digna.
Burn de Deep Purple (Warner Records) |
Cuando escucho Burn,
pienso en Deep Purple como si se tratara de un profesor de Enseñanza Media desapegado
de la estructura tradicionalista y dispuesto a impartir sus conocimientos con
dinamismo y energía. Su meta consiste en que los músicos del futuro aprendan el
mejor método para transmutar su sonido sin recurrir al autoplagio y hallar el
método indicado en el que se evite el sacrificio de la calidad en aras de la
prostitución musical. Y, mientras el profesor explica, sus alumnos reaccionan
de diversas formas: Iron Maiden es el estudiante aplicado que siempre presta
atención y no necesita tomar notas por su buena retentiva; Dream Theater es el típico
nerd sin amigos que usa gafas y apunta
todo a detalle en su cuaderno; Van Halen capta rápido, pero interrumpe a cada
rato para cuestionar o corregir al profesor; Motley Crüe ha decidido saltarse
la clase porque está besándose con la chica más bonita del salón en algún
rincón solitario del establecimiento; Metallica es el niño rico odiado por sus
compañeros debido a que siempre hace lo que quiere y presume constantemente de
saber más que el docente; Megadeth, por el contrario, viste la misma ropa del
día anterior y sufre de resaca tras una noche de excesos, por lo que está
adormilado en su pupitre; en la última fila se encuentra Slayer, el chico
misterioso y renegado que odia al mundo y las religiones, a tal punto de
haberse hecho ya su primer tatuaje a escondidas de sus padres. Cuando el
profesor decide tomar asistencia, descubre que Guns N’ Roses, Bon Jovi y Def
Leppard están ausentes.
Encapsular a Burn
dentro de un género musical constituye una tarea complicada, casi titánica, y
es precisamente por ello que su influencia en el género del rock es muy grande.
Basta con escuchar el tema de apertura que lleva el título del álbum y que es
un verdadero destructor de mundos. El primer corte contiene toda la potencia y
velocidad que forjaron las bases para el power/speed metal, un género que Jag
Panzer, Helloween y Metal Church impulsarían en la siguiente década. Es aquí
donde David Coverdale y Glenn Hughes demuestran al oyente que Ian Gillan es
cosa del pasado y que ellos están en Deep Purple con la intención de dar una
vuelta de tuerca al sonido del grupo para crear una revolución. Y, es que tanto
Coverdale como Hughes (que también se hace cargo del bajo en este disco) cogen
sus respectivos turnos en Burn para
aportar una magia vocal que pocas agrupaciones alcanzan sin morir en el intento.
Glenn Hughes viene de una escuela más hard
rock, mientras que David Coverdale tiene esa alma de blues inmortalizada en su voz que en el futuro trasladaría a su propia
banda Whitesnake. Esto permite a ambos cantantes lucirse a lo largo de la placa
conformando un excelente trabajo en equipo. Sumémosle a ello los rasgueos
guitarreros con aire revolucionarios de su líder, la frenética interpretación
del virtuoso Ian Paice en la batería, y el dulce sonido de los teclados
cortesía de Jon Lord que en más de una ocasión rivalizan con los solos de
Blackmore. ¿El resultado? Un clásico instantáneo que por sí solo puede opacar
discografías enteras. Para despejar dudas, no hay nada mejor que disfrutar del
siguiente video en el que Deep Purple interpreta “Burn” para el festival ‘California
Jam’ realizado en 1974.
El presente recorrido nos lleva por tracks más relajados y lentos como ‘Might Just Take Your Life’ y
‘Sail Away’. En el primero, el teclado se nos presenta de forma un poco más
prominente y ambos vocalistas se desplazan en un ambiente cómodo y agradable, pero
sin despegar la vista de la grandeza como meta máxima. ‘Sail Away’, por su parte,
deja que el bajo de Glenn Hughes obtenga un mayor grado de protagonismo. La
robusta participación de Coverdale con sus graves refuerza la opinión popular de
que no existe rival digno para él en esta categoría hasta el sol de hoy. La
composición antes mencionada es un boceto de lo que escucharíamos a posteriori en Rainbow, el segundo
proyecto musical de Ritchie Blackmore tras su salida de Deep Purple en 1975.
Luego de continuar con lo que Burn
tiene para ofrecer, aparece un tema muy diferente a lo que hemos escuchado
hasta el momento. Me refiero a ‘You Fool No One’, el cual nos sorprende con su
ritmo acelerado y cuasi homenaje a la mejor época de los Beatles donde la
melodía se atasca en tu subconsciente desde el primer segundo. La percusión y
el teclado vuelven al ruedo, pero en esta ocasión tanto Hughes como Coverdale
alternan su papel protagónico en momentos específicos, y es sólo en los coros
cuando sus voces se cruzan para crear una simbiosis extasiante. Esto, combinado
con la estrambótica presencia de Blackmore y sus destellos guitarreros tan futuristas
para la época, hacen de esta pieza algo memorable. No importa que tenga
tendencias groovy y un olor a funk, ‘You Fool No One’ acaba por ser otro
acierto de los guerreros púrpura.
Deep Purple circa 1974.
Un tema que tal vez no sobresale tanto como los demás,
pero es divertido y lleno de dinamismo es ‘What’s Goin’ On Here’. Gracias a la
magistral interpretación de Jon Lord en los teclados, tu mente divaga hasta
transportarte a la taberna o saloon de
una película western, donde el pianista
de turno se da a la tarea de tocar su instrumento de forma desenfrenada y
poseída, aunque nadie le preste atención. Aparte del boogie, se percibe también la presencia del blues rock segundo a segundo, así como los punteos acertados de
Blackmore, cuya inspiración por aquellos tiempos parecía no tener límites.
Ya en la recta final, toca el turno de ser bombardeados
por esa balada bluesera que figura como una de las más tristes y desoladoras en
el ámbito del rock. Me refiero, por supuesto, a ‘Mistreated’, una extraordinaria
muestra a viva voz de lo que un hombre deprimido puede llegar a sentir cuando
es abandonado por el amor de su vida. Aquí nos encontramos con un Coverdale
dolido y un Blackmore con riffs más nostálgicos que de costumbre. En otras
palabras, se nos muestra el cuadro definitivo de la tristeza absoluta, sin ridiculeces
autoindulgentes y más bien con reacciones legítimas. Indudablemente David
Coverdale nos deja en ‘Mistreated’ su mejor interpretación vocal con Deep Purple.
Es muy difícil que los ojos no se humedezcan o que no se forme un nudo en la
garganta cada vez que él canta desesperadamente ‘Baby, baby, baby’, emulando en
cierta forma a Robert Plant de Led Zeppelin. Para el fanático de Deep Purple,
será fácil encontrar ciertas similitudes entre la balada en cuestión y ‘Demon’s
Eye’ o ‘Lazy’, cortes de discos anteriores que lograron hacerse de un espacio
en el corazón de los rockeros de la época. No obstante, ‘Mistreated’ se dispara
más allá de la estratósfera y alcanza el pedestal de los temas imprescindibles.
Cuando el suplicio de Coverdale llega a su fin con un suspiro apagado, el disco
cierra con un tema instrumental llamado “A’ 200”, que avanza a paso militar y bien
puede servir como tema de apertura para cualquier otro material de la época. Ian
Paice y Jon Lorde son los primeros en lucirse para que luego Blackmore eche
mano de su última intervención heroica en las cuerdas y selle Burn de forma definitiva.
Ritchie
Blackmore, todo un amo de las seis cuerdas.
Con lo anterior dicho, este álbum resulta ser una
verdadera amalgama de géneros musicales que, lejos de abrumar, invitan a que
sean disfrutados sin prejuicios. Los únicos que pueden reaccionar con una mueca
de disgusto son los puristas que prefieren la época de Ian Gillan (conocida
como Mark II), pero lo que no se puede negar es la enorme calidad que Burn posee. Como decía al principio de
esta reseña, algo muy importante es la capacidad que tuvo la banda para no caer
en la desesperación luego de que dos de sus componentes desertaran sus filas.
Ritchie Blackmore, al ser el cerebro principal, apostó por un cambio drástico
que en ningún momento dañó la imagen de Deep Purple. Por el contrario, el
fichar a Coverdale y Hughes para ser las nuevas voces del grupo le permitió expandir
su sonido hacia nuevas latitudes. ¿El resultado? Un álbum innovador que
conserva el espíritu del rock ‘n’ roll intacto, pero no teme adentrarse en
otros estilos que le otorgan una personalidad mucho más definida, sin
estereotipos. Para muchos es difícil pensar que ‘Burn’ y ‘You Fool No One’
fueron hechos por la misma banda al ser diametralmente opuestos en estructura y
composición. Cuando otras bandas intentan la fusión de estilos diferentes, el
resultado es nefasto, pero Deep Purple siempre ha volado a otro nivel. Con Ian
Gillan fuera del grupo, Ritchie Blackmore controla cada uno de los movimientos
de los músicos para lograr que Burn
funcione a las mil maravillas. Es el guitarra líder quien nos dice en cada intervención
suya que prestemos atención a los riffs, porque tienen una razón de ser y no
están únicamente de relleno. La nueva sangre de Hughes y Coverdale permite que
el disco galope incansablemente y sin tropiezos; la batería de Ian Paice y el
teclado de Jon Lorde decoran cada canción con ese blues y soul de ensueño
que cualquier fanático de la música puede disfrutar sin remordimientos.
Después de Burn,
la formación Mark III gestaría lo que a la postre se convirtió en el álbum Stormbringer que, pese a ser una gran
obra, dejó descontento a Blackmore por la dirección musical que Deep Purple
estaba tomando. Ello, junto con otros motivos de menor peso, propiciaron su
primer adiós a la agrupación que él mismo fundara en 1968. La dupla
Coverdale-Hughes decidió seguir adelante con un nuevo guitarrista (Tommy Bolin),
y así lanzar Come Taste The Band, último
material perteneciente a la tercera etapa de esta leyenda antes de que sus integrantes
anunciaran su separación en 1976. Tendrían que transcurrir ocho años para que
los miembros originales de la etapa Mark II (con Ian Gillan en las voces) se
reunieran para limar asperezas y regresar al estudio de grabación.
Sin duda alguna, Deep Purple es más que una banda; su
música infunde un respeto instantáneo en los amantes de lo clásico y representa
una escuela fundamental que cualquier aspirante a músico debe conocer antes de
decidirse a apostar por el inmortal poder del rock ‘n roll.
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