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Insectos
Carlos
degustaba un filete de res mientras veía el partido de fútbol en el celular. Un
platillo que el trabajador promedio podía ingerir una vez al año. Sin embargo,
él no lo disfrutaba del todo. Su equipo iba perdiendo y estaba jugando mal. A eso
había que sumarle los problemas en el trabajo. “Es que esos huevones no hacen
nada, todo lo tengo que hacer yo”, gritaba al salir de la oficina. Siempre
pensaba que ese sitio era una pocilga. Mejor estar en casa.
Metió
un trozo de carne en su boca. En la pantalla, el árbitro anuló un gol, aunque
faltaba el VAR. Carlos estaba muy atento. De súbito, sintió un cosquilleo en el
brazo. Pensó que eran los nervios. Bajó la mirada. Sobre su extremidad y el
mantel sucio, varias hormigas se movían como endemoniadas. “¡Malditas!”, gritó
mientras intentaba aplastarlas. Después del acceso de ira por los insectos y la
anotación invalidada, siguió con su almuerzo arruinado.
Al
terminar, dejó los platos en el lavabo. Vio algo moverse entre la pila de
trastos sucios. Carlos dio un pequeño salto.
—Mierda,
si no son las hormigas, son esas asquerosas cucarachas. Les voy a echar veneno
a todos esos bichos, que se mueran los malditos, me dan asco.
Buscó
entre el desorden del baño hasta hallar el bote. Roció la cocina y el comedor.
También aplastó a otra invitada que se le cruzó por la sala. Se sentía Dios
cuando les sacaba las tripas a esas inmundicias.
Esa
noche, un zumbido despertó a Carlos. Durante unos minutos dio algunos aplausos.
Cuando el ruido cesó, siguió durmiendo. Soñó que pisaba a las escorias del
trabajo, sin saber que nunca tendría la oportunidad. “Dengue hemorrágico”,
diría el médico en unos días.
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Depuración
G
entró pensativa al laboratorio. Según le dijeron, un error había creado una
leve fractura. No era la primera vez, pero siempre ocurría durante el descanso
de las pruebas, cuando nadie alzaba la vista. En esa ocasión, dos especímenes
se dieron cuenta. Hasta lo grabaron con esos aparatos modernos.
— ¿Hay
noticias de H-3234 y M-3254? — preguntó a uno de los científicos sin apartar la
vista de la pantalla.
— Aún
no despiertan. Pero, de acuerdo con el monitoreo de las etapas delta y REM,
siguen alterados.
— ¿Qué
tanto?
— Con
base en otros sujetos, es muy probable que su primera acción sea compartir lo
ocurrido. En el mejor de los casos, solo una conversación con otro espécimen.
Aquello
no le gustó a G. Frunció el entrecejo. Si bien la mayoría podía considerar la
grabación como una broma o montaje, existía un riesgo. No quería imaginar las
consecuencias de una revelación tan grande. Le constaba que, cuando encontraban
algún indicio que pusiera en duda su existencia o creencias mundanas, los
individuos podían ocasionar un caos masivo. Si les fue factible tocar las
estrellas, ¿quién aseguraba que no irían más allá para buscarlos?
— Activen
el protocolo D-042.
— ¿El
D-042, en ambos?— preguntó uno de los asistentes, un tanto incrédulo.
— ¿Algún
problema?
— Eh…
¿no llamaría la atención? Digo, hay a quienes les gusta indagar y crear
teorías. Además, ¿qué pasará con el aparato?
Meditó
unos segundos. El joven estaba en lo cierto. Esa cura podía ser peor que la
enfermedad. Quizá lo más prudente era ser “lógico” para ellos.
— Mejor
el D-065. Que sea antes del amanecer. Pueden usar a H-4589 y H-3967, ya lo han
hecho y andan por el área.
— Entendido.
¿Programamos el protocolo para ambos objetivos?
— Sí.
— A
la orden— coreó el resto de la sala.
G
abandonó el lugar con un poco de alivio. Si no pasaba nada extraordinario, la
anomalía estaría resuelta al cien por ciento. Los humanos prestaban bastante atención
a lo que ocurría en su vecindario, sobre todo lo malo; por ejemplo, un robo y asesinato en una casa. Lo más seguro
era que ni siquiera se preocuparan por un objeto faltante y un archivo
inexistente que acabaran con todas sus creencias.
Arturo Santana
Ciudad de Guatemala, 24 años.
Nació el 10 de mayo de 1994, en Ciudad de Guatemala. Desde pequeño se interesó en la lectura, aunque sería hasta la adolescencia cuando empezaría a escribir. Tiene pensum cerrado de Licenciatura en Letras por la Universidad de San Carlos de Guatemala. Ha trabajado como corrector de textos en un medio de comunicación y ha publicado poemas en la revista Mandrágora.
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