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Una ciudad feliz
Cuando las jacarandas amanecen regadas por el suelo
es señal inequívoca de que las lluvias se harán presentes, y con ellas los
zompopos. Entonces, los noticieros empezarán a transmitir todo lo relacionado
con el tema porque, al final, ¿qué sería de nuestra ciudad sin estas pequeñas
creaturas? Algunos ancianos aún recuerdan cuando salían a recogerlos por el
simple gusto de hacerlo, para luego dorarlos y comerlos. No podemos imaginar
aquello.
Entonces, nuestros líderes decretarán como siempre
una semana exclusivamente para la cosecha. Empresas, iglesias y escuelas
cerrarán sus puertas para que todos sus miembros puedan participar. Esta labor
nos hace sentir orgullosos pues, de acuerdo a las estadísticas y reportes
oficiales, la mayor parte del Producto Interno Bruto anual proviene de esta
colecta, y con ello demostramos ser un pueblo unido y trabajador.
Durante esa semana, el gobierno se ocupará de
nuestro salario que dependerá de la cantidad de libras que levante cada quien.
Puede que nos paguen con efectivo, productos de la canasta básica o bonos que
ellos llama “del tesoro”. Cada vez que un nuevo año inicia, el Instituto Nacional
de Estadística realiza un censo para determinar la cantidad exacta de
pobladores disponibles para esta época. Por supuesto, no tomarán en cuenta a
hombres ni mujeres mayores de 65 años, ni a menores de 10 años. A los
incapacitados y embarazadas se les exige menos. Cada censor colocará una estampa
en la puerta de la casa indicando el número de habitantes aptos.
Nuestro líder supremo recogerá el primer zompopo en
un acto simbólico de inigualable belleza e importancia. Cada uno de nosotros
recibirá una llamada desde las Oficinas de Agricultura y Bienestar Social para
informarnos que nuestros uniformes e implementos están listos. ¡Se imaginarán
la multitud de personas que estaremos desde la madrugada rodeando la oficina gubernamental!
Pero el desvelo y la espera no importarán pues somos parte del desarrollo de la
ciudad, y del país, así como lo han sido nuestros padres y abuelos, de los
cuales muchos de ellos descansan ya en los porches, sentados en sus sillas o
bien dentro de sus tumbas sonriendo complacidos.
Las jornadas de recolección iniciarán a las seis de
la mañana. El soplo blando y refrescante de la brisa mañanera nos permitirá
cumplir fielmente la tarea que se verá interrumpida con el sol desesperante del
mediodía. Terminaremos alrededor de las seis o siete de la tarde, para luego
dirigirnos hacia la Oficina de Agricultura, en donde pesarán nuestras bolsas
con zompopos para darnos nuestro respectivo pago. Es alentador vernos trabajar.
Nuestros líderes nos infunden ánimo y optimismo con los mismos infomerciales
que han grabado para la ocasión, y que repiten año con año: muestran la enorme
masa de personas que, como los zompopos, invade calles y avenidas. Con la voz
de fondo de nuestro Líder Supremo escuchamos agradecimientos a nuestro esfuerzo
que se verá en un futuro no muy lejano. A esto lo acompañan las proyecciones
económicas de la recolección y el índice de compra de los países que más demandan
nuestros zompopos.
A veces, como todo, la recolección se torna violenta
debido a la competencia entre algunos bandos. Está presente en nuestra memoria
el asesinato de una familia completa que realizó un grupo que luego se
autodenominó “Los Hueseros”. Este grupo intentó hacerse con toda la recolección
de zompopos, extendiéndose desde la parte norte de nuestra ciudad hacia el
centro. Afortunadamente, la pronta acción de nuestros líderes, así como de
algunos grupos de pobladores que se organizaron para hacer justicia por mano
propia logró desaparecerlos completamente; sin embargo, hay quienes comentan,
por lo bajo, que nuestros mismos líderes idearon aquel grupo con el objetivo de
hacerse con el monopolio de la exportación, algo inaudito por supuesto, pues
¿para qué líderes tan prósperos como los nuestros necesitarían hacer eso?
También dicen que fingieron las acciones en contra del grupo y que muchos de
sus miembros trabajan actualmente en oficinas e instituciones estatales.
Nuestros uniformes cuentan con un chip que asegura
nuestra asistencia y participación a las jornadas. El chip se activa al momento
de recoger el primer zompopo, gracias a que el sensor capta la presencia de los
pequeños insectos dentro de la bolsa que utilizamos, registrando así nuestra
presencia. Además, hay cámaras instaladas en postes y árboles que regularmente
funcionan como sistema de seguridad, pero que durante esta época lo hacen como
sistema de vigilancia pues son capaces de reconocer nuestras caras, confirmando
que efectivamente somos nosotros mismos. Así fue como lograron detener un
alzamiento en la parte occidental de nuestra ciudad, según cuentan algunos. Uno
de los grupos de aquella área intentó levantarse contra este sistema de recolección,
amenazando con expandirse hacia otras regiones. Al parecer, y según dicen,
algunos han cuestionado esta actividad; por lo demás, a ninguno de nosotros nos
parece peligrosa y muchos menos improductiva pues estamos contribuyendo al
desarrollo de nuestra ciudad y de nuestro país. Muchos desaparecieron durante
esta época, pero gracias a nuestros líderes todo regresó a la normalidad.
Melancolía y nostalgia nos embargan cuando sentimos
las finas gotas de lluvia que marcan el final, debido a que, por una vez
durante el año, nos sentimos liberados de la carga de la monotonía: podemos
salir al aire libre para cazar zompopos y, aunque apenas sean unos minutos o
segundos, podemos relacionarnos unos con otros, conociéndonos como habitantes
de esta bella ciudad, algo más que debemos de agradecer a nuestros líderes.
Hemos llegado a saber por medios oficiales y
noticieros que el gobierno planea un programa turístico basado en esta
actividad para aprovechar las oportunidades y atracciones que nuestra labor
propicia. Esto nos llena de alegría, aunque en el fondo nos invade un temor
profundo, el que nuestros zompopos se acaben algún día pues en ellos está el
florecimiento de nuestra ciudad.
Pablo Javier Salvatierra Lemus
Ciudad de Guatemala, 31 años.
Narrador y
poeta guatemalteco (1988). Su trabajo se incluye en las antologías La poesía de la memoria (2011), del Programa Nacional de Resarcimiento, y Frente al silencio (2014),
convocada por estudiantes del
Departamento de Letras, Facultad de Humanidades, Universidad de San Carlos de
Guatemala, donde cofundó la revista Espacio L.
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