/K/RTONES - Pablo J. Salvatierra Lemus "Una ciudad feliz"


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Una ciudad feliz

Cuando las jacarandas amanecen regadas por el suelo es señal inequívoca de que las lluvias se harán presentes, y con ellas los zompopos. Entonces, los noticieros empezarán a transmitir todo lo relacionado con el tema porque, al final, ¿qué sería de nuestra ciudad sin estas pequeñas creaturas? Algunos ancianos aún recuerdan cuando salían a recogerlos por el simple gusto de hacerlo, para luego dorarlos y comerlos. No podemos imaginar aquello.

Entonces, nuestros líderes decretarán como siempre una semana exclusivamente para la cosecha. Empresas, iglesias y escuelas cerrarán sus puertas para que todos sus miembros puedan participar. Esta labor nos hace sentir orgullosos pues, de acuerdo a las estadísticas y reportes oficiales, la mayor parte del Producto Interno Bruto anual proviene de esta colecta, y con ello demostramos ser un pueblo unido y trabajador.

Durante esa semana, el gobierno se ocupará de nuestro salario que dependerá de la cantidad de libras que levante cada quien. Puede que nos paguen con efectivo, productos de la canasta básica o bonos que ellos llama “del tesoro”. Cada vez que un nuevo año inicia, el Instituto Nacional de Estadística realiza un censo para determinar la cantidad exacta de pobladores disponibles para esta época. Por supuesto, no tomarán en cuenta a hombres ni mujeres mayores de 65 años, ni a menores de 10 años. A los incapacitados y embarazadas se les exige menos. Cada censor colocará una estampa en la puerta de la casa indicando el número de habitantes aptos.

Nuestro líder supremo recogerá el primer zompopo en un acto simbólico de inigualable belleza e importancia. Cada uno de nosotros recibirá una llamada desde las Oficinas de Agricultura y Bienestar Social para informarnos que nuestros uniformes e implementos están listos. ¡Se imaginarán la multitud de personas que estaremos desde la madrugada rodeando la oficina gubernamental! Pero el desvelo y la espera no importarán pues somos parte del desarrollo de la ciudad, y del país, así como lo han sido nuestros padres y abuelos, de los cuales muchos de ellos descansan ya en los porches, sentados en sus sillas o bien dentro de sus tumbas sonriendo complacidos.

Las jornadas de recolección iniciarán a las seis de la mañana. El soplo blando y refrescante de la brisa mañanera nos permitirá cumplir fielmente la tarea que se verá interrumpida con el sol desesperante del mediodía. Terminaremos alrededor de las seis o siete de la tarde, para luego dirigirnos hacia la Oficina de Agricultura, en donde pesarán nuestras bolsas con zompopos para darnos nuestro respectivo pago. Es alentador vernos trabajar. Nuestros líderes nos infunden ánimo y optimismo con los mismos infomerciales que han grabado para la ocasión, y que repiten año con año: muestran la enorme masa de personas que, como los zompopos, invade calles y avenidas. Con la voz de fondo de nuestro Líder Supremo escuchamos agradecimientos a nuestro esfuerzo que se verá en un futuro no muy lejano. A esto lo acompañan las proyecciones económicas de la recolección y el índice de compra de los países que más demandan nuestros zompopos.

A veces, como todo, la recolección se torna violenta debido a la competencia entre algunos bandos. Está presente en nuestra memoria el asesinato de una familia completa que realizó un grupo que luego se autodenominó “Los Hueseros”. Este grupo intentó hacerse con toda la recolección de zompopos, extendiéndose desde la parte norte de nuestra ciudad hacia el centro. Afortunadamente, la pronta acción de nuestros líderes, así como de algunos grupos de pobladores que se organizaron para hacer justicia por mano propia logró desaparecerlos completamente; sin embargo, hay quienes comentan, por lo bajo, que nuestros mismos líderes idearon aquel grupo con el objetivo de hacerse con el monopolio de la exportación, algo inaudito por supuesto, pues ¿para qué líderes tan prósperos como los nuestros necesitarían hacer eso? También dicen que fingieron las acciones en contra del grupo y que muchos de sus miembros trabajan actualmente en oficinas e instituciones estatales.

Nuestros uniformes cuentan con un chip que asegura nuestra asistencia y participación a las jornadas. El chip se activa al momento de recoger el primer zompopo, gracias a que el sensor capta la presencia de los pequeños insectos dentro de la bolsa que utilizamos, registrando así nuestra presencia. Además, hay cámaras instaladas en postes y árboles que regularmente funcionan como sistema de seguridad, pero que durante esta época lo hacen como sistema de vigilancia pues son capaces de reconocer nuestras caras, confirmando que efectivamente somos nosotros mismos. Así fue como lograron detener un alzamiento en la parte occidental de nuestra ciudad, según cuentan algunos. Uno de los grupos de aquella área intentó levantarse contra este sistema de recolección, amenazando con expandirse hacia otras regiones. Al parecer, y según dicen, algunos han cuestionado esta actividad; por lo demás, a ninguno de nosotros nos parece peligrosa y muchos menos improductiva pues estamos contribuyendo al desarrollo de nuestra ciudad y de nuestro país. Muchos desaparecieron durante esta época, pero gracias a nuestros líderes todo regresó a la normalidad.

Melancolía y nostalgia nos embargan cuando sentimos las finas gotas de lluvia que marcan el final, debido a que, por una vez durante el año, nos sentimos liberados de la carga de la monotonía: podemos salir al aire libre para cazar zompopos y, aunque apenas sean unos minutos o segundos, podemos relacionarnos unos con otros, conociéndonos como habitantes de esta bella ciudad, algo más que debemos de agradecer a nuestros líderes.

Hemos llegado a saber por medios oficiales y noticieros que el gobierno planea un programa turístico basado en esta actividad para aprovechar las oportunidades y atracciones que nuestra labor propicia. Esto nos llena de alegría, aunque en el fondo nos invade un temor profundo, el que nuestros zompopos se acaben algún día pues en ellos está el florecimiento de nuestra ciudad.

Fin.

Pablo Javier Salvatierra Lemus
Ciudad de Guatemala, 31 años.

Narrador y poeta guatemalteco (1988). Su trabajo se incluye en las antologías La poesía de la memoria (2011), del Programa Nacional de Resarcimiento, y Frente al silencio (2014), convocada por   estudiantes del Departamento de Letras, Facultad de Humanidades, Universidad de San Carlos de Guatemala, donde cofundó la revista Espacio L.

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