PUBLICACIÓN POR CLAUDIA FIGUEROA OBERLÍN / 15 DE JUNIO 2020
“Tú no tienes tiempo
para nada y la vida corre, entretanto, llega la muerte y para ella, quieras o
no quieras, vas a tener todo el tiempo del mundo.” Son las palabras que
sentencia Lucio Anneo Séneca, un filósofo de la escuela estoica de Roma quien
fuera el tutor de uno de los emperadores más odiados después de Calígula y
luego Domiciano, Nerón, quienes recibieron la condena de la historia denominada
en latín la damnatio. Condenados a que nadie mencione siquiera su nombre.
Séneca,
en su libro sobre la brevedad de la vida, hace alusión a una vida que en sí, este
tiempo histórico que vivimos, es muy corto. Nos quejamos diciendo ya no hay
tiempo de nada. Y sobre este punto me quiero detener un poco.
Séneca
dice, y con toda razón, “no es que no tengamos tiempo, sino, desperdiciamos
mucho tiempo.” La vida es lo bastante larga como para desperdiciarla en
trivialidades. Por ende, dicen sus epístolas, “no recibimos una vida corta,
somos nosotros quienes la hacemos corta por no saber administrar nuestro
tiempo.” Compara la vida con las riquezas y es porque la vida es muy rica en
aventuras, aprendizajes, y experiencias
en todo sentido. Pero, si no sabemos administrar sus regalos, esta se nos hará
muy corta para disfrutarlos.
Actualmente, ¿cómo podemos decir que no hay tiempo? Tanto en la época de Séneca, previo a su
momento histórico durante la antigüedad, y, aún en el nuestro, se dice que el
tiempo es oro, pero hemos confundido el oro con la adquisición de riquezas
materiales. El tiempo es oro, es cierto, pero hay cosas también más profundas
que necesitan nuestra atención, pero no se pueden obtener con riquezas, fama o
prestigio.
No
hablamos del tiempo en cuestión de horas, sino de acciones concretas, en momentos.
¿Cuántos proyectos han salido como se han planeado? ¿Cuántas veces nos enojamos
porque algo no sale? ¿Quiénes se han rodeado de gente de prestigio y no han
conseguido aquello que se han propuesto? Hay tantas interrogantes que
identificar.
Si
cada uno contara los años que realmente ha vivido, tendríamos para llorar por
el tiempo perdido: en acreedores, el cuidado de empleados, la familia, la casa,
las enfermedades. No es por gusto el término que el tiempo es dinero. Todo lo
que hacemos para obtenerlo, nos quita buena parte del este. Pero, podemos decir
que es un tiempo bien invertido en cierta medida. Porque la riqueza material no
lo es todo, hay más allá de eso.
¿Cuántas
veces perseveramos en un propósito? ¿Cuándo nos dimos un tiempo a nosotros mismos?
¿Cuándo perdimos la serenidad en las turbulencias? ¿Cuántos miedos hemos vencido?
Nos pregunta el autor.
Tenemos en la memoria tres momentos: presente,
pasado y futuro. El pasado es lo fue, irrevocable, el presente es lo que es
ahora, y el futuro será. Pero el pasado marca nuestro momento, el futuro es
incierto, lo que queda es el presente que, aunque se vea efímero, es el mejor
de los regalos.
Los que viven el momento, que tratan de sacarle
un aprendizaje, que viven para ser mejores, sin descuidar sus actividades
cotidianas, los “ociosos desocupados” podemos decir que aprovechan el tiempo,
en cambio, dice el autor, aquellos que corren por sendas oscuras, los que se
dicen ocupados, lo desperdician sin qué ni para qué.
“Brevísima y agitadísima es la vida de aquellos
que olvidan el pasado, descuidan el presente y temen el futuro; cuando lleguen
a sus postrimerías, comprenden a deshora que en sus días se afanaron en no
hacer nada”.
El tiempo es oro, es verdad, y no debemos
perderlo en cosas superfluas, también está la parte espiritual que no se debe
descuidar, la filosofía, practicando aquello que se va aprendiendo.
Séneca nos ha dejado un gran legado dentro de
la escuela estoica, que nos enseña que debemos aprovechar el tiempo
equilibrando las actividades cotidianas con las actividades que alimentan al
alma. Todo esto lo dejó registrado justo antes que Nerón lo mandara a
suicidarse por alta traición.
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