Persecución (Cuento de Semana Santa de Pablo Bejarano)

El día que lo asesinó, fue visto por los cómplices de aquel infame desde la ventana más alta de un edificio aledaño. Descendieron de prisa para vengar la muerte de su compañero, pero al llegar a la rúa, ya no estaba César. Únicamente vieron el cadáver. Como él, frente al cuerpo inhabitado de su hija, estos juraron matarlo. Si bien desde lo alto no habían logrado divisar su rostro, lo miraron grabado en las pupilas abiertas del muerto, e iniciaron con la persecución...

Texto decorativo cruces en una montaña frente al sol que atardece


Por Pablo Bejarano

 Apareció cuando el sol derramaba su sangre en el cielo y con un pedazo de nube entre los brazos que destilaba hilos crepusculares. No entendía cómo alguien había podido hacerle eso a su pequeña. Dio un grito que se hundió en las profundidades del celaje y juró venganza.

Días atrás, a la salida de la escuela, su hija había desaparecido. Nadie entendía quién y cómo la había tomado entre tantas personas. La buscaron durante horas que se alargaban como nubes apuñaladas por el viento, pero todo fue inútil. Después de seis noches, encontraron el cuerpo embalsamado de rosas líquidas en el fondo de un barranco con garganta boscosa. César no quiso llamar a las autoridades, tomó el cadáver entre sus manos y apareció, junto al sol, en la puerta de su casa... ahí le dio cristiana sepultura.

Inició por su cuenta las averiguaciones para dar con el abusador y asesino de su hija, contrató un detective y, después de dos años, dieron con él. Arrancó su sombra del suelo y la echó tras los pasos del violador para no perderle el rastro. Una noche que lo seguía oculto en su sombra, salió de ella con el puñal en la mano y esbozó niágaras rojos en sus mejillas y en su pecho; cuando cayó al suelo, de sus nubes empuñadas bajaron relámpagos directos al rostro de quien había robado la vida a su hija, hasta dejarlo inerte.

El día que lo asesinó, fue visto por los cómplices de aquel infame desde la ventana más alta de un edificio aledaño. Descendieron de prisa para vengar la muerte de su compañero, pero al llegar a la rúa, ya no estaba César. Únicamente vieron el cadáver. Como él, frente al cuerpo inhabitado de su hija, estos juraron matarlo. Si bien desde lo alto no habían logrado divisar su rostro, lo miraron grabado en las pupilas abiertas del muerto, e iniciaron con la persecución...

Se hacían sombra para perseguirlo en la calle, agua para acecharlo en la ducha, ilusión para atacarlo en los sueños. Siempre encontraban la manera de andar tras él. Como los cuarenta y siete Ronín, no pensaban desistir en su tentativa de matarlo. Cesar se percató de esto y no tuvo otra opción que huir...

Iban veinte pueblos recorridos por César en busca de paz, pero cuando había logrado establecerse, hacer amistades, encontrar una forma de sobrevivir, cuando iba a encontrar tranquilidad... empezaban los rumores de que en las tabernas preguntaban por un hombre con sus características, y nuevamente debía huir. Un día, al sentirse perdido, recordó que existía la fe y, en ese momento, se creyó capaz de mover cordilleras, continentes, planetas... en el siguiente pueblo al que llegó, buscó el templo, pasó adelante, se hincó frente al altar mayor y le dijo a Dios que lo ayudara a salvar su vida, que si bien él había despojado de la suya a un hombre, fue por lo sucedido a su pequeña, pero que él no era malo, que no merecía morir por hacer justicia...

Después de las plegarias, creyó que podría vivir en paz, porque pasó dos meses sin saber de sus persecutores, sin embargo, no fue así. Volvieron a localizarlo y tuvo que escapar, esta vez, su suerte fue poca, porque empezaron a seguirlo de cerca. En la desesperación, se olvidó nuevamente de la fe y de buscar otro pueblo. Se adentró en el bosque casi escuchando en su espalda los pasos enemigos; corrió intentando no ser atrapado por los brazos verdes que salían a la estrada, pero sus esperanzas de sobrevivir se ahogaron al ver frente a él un río tan ancho como el mismo cielo. A la espalda tenía el río y de frente el ruido cada vez más fuerte de los pasos que se aproximaban. Se dio por muerto, y como aquellos que agonizan, empezó a ver toda su vida pasando frente a sus ojos: desde el día que nació hasta el actual; vio sus primeros pasos, su primer día de escuela, su primer beso, y derrepente, esa secuencia tropezó con una tarde de Viernes Santo en que le dijo su padre "cuidadito te bañás hoy, porque los que se bañan en Viernes Santo se vuelven peces". Tropezó ahí su mente y volvió a la realidad, porque justo ese día estaban conmemorando la muerte de Jesús. No lo dudó; los pasos cada vez se escuchaban más cercanos y no tenía otra opción: se quitó la ropa y se adentró al río para bañarse... cuando llegaron los asesinos, él ya iba corriente abajo convertido en pez.

Comentarios