ENTREVISTA - Vladimir Amaya, a propósito de literatura que aborda el tema de pandillas [Parte 2]

Consideraciones generales para retratar al hombre oculto detrás de las heridas.

Segunda parte de la entrevista realizada a Vladimir Amaya. Esto, con la intención de conocer la perspectiva particular del autor, respecto a la poesía que aborda temas relacionados a las pandillas. Continuamos...

Para conocer la primera parte de esta entrevista puedes dar un vistazo en este enlace: 
ENTREVISTA - Vladimir Amaya, a propósito de literatura que aborda el tema de pandillas [Parte 1]

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Jorge López: En el prólogo que escribió para la antología que usted mismo compiló: «Parnaso destroyer», menciona a grandes rasgos, algunas características que son propias de los poemas que aborden temas relacionados a las pandillas, pero realmente, ¿Cuáles elementos deben considerarse imprescindibles al momento de escribir poemas de esta índole? 


Vladimir Amaya: La honestidad y la técnica. Porque vos podés haber crecido en un barrio pobre, y tener toda esa voluntad de decir, pero si no tenés técnica, quedás a un nivel epidérmico. Que, en estas alturas, después de toda esa herencia que tenemos desde el 44, el grupo Octubre, los comprometidos, ya es cuestión muy absurda y quizás hasta lamentable, estar cometiendo errores que ni siquiera encontramos en los textos de esos grupos. Porque ellos ya tenían cierta noción. Y obviamente las lecturas te ayudan en eso. Porque la Generación Comprometida, al igual que la Generación del 44 eran lectores. No era solo de venir y soplar para hacer botellas, verdad. Se tomaba muy en serio el oficio. Para cuando le preguntaran sobre eso, responder con solvencia.

Yo pienso que lo imprescindible es la honestidad, y la técnica. Si no sos honesto, aunque tengás labia, no te servirá de mucho. Ya entrando en aspectos técnicos, por ejemplo, el abuso de la anáfora, en los ochentas, yo busqué y encontré en los textos de esos poetas, el uso excesivo de la anáfora. Incluso hay poetas en la actualidad que están con la anáfora, y ¿por qué?, porque con la reiteración del sonido, encantás a las serpientes. Pero técnicamente está mal empleado el recurso. Ojo, no estoy diciendo que no debe ocuparse, sino que se debe saber dónde y cuándo. Honestidad pues, de tal manera que, si vas a hablar de gelatina, lo que menos se espera, es que hayás comido gelatina. Y si vas a hablar sobre violencia, de cualquier tipo, debe de tenerte hasta el cuello, para que vos podás hablar de ello. Y la técnica, insisto, siempre es necesaria. Y ya con ese fuego y con esas ganas de decir o señalar, va a resultar algo honesto, bien elaborado y hasta bonito.


Vladimir Amaya junto al escritor Alberto López Serrano.

JL: Partiendo del tema general de esta entrevista, ha mencionado algo sobre la literatura escrita por la Generación del 44 y la Generación Comprometida, acaso porque de alguna manera pueden existir ciertas aristas que conecten entre aquella y este tipo de literatura, en ese sentido, ¿cree que es posible considerar estos textos como la nueva literatura de compromiso?

VA: No. No la considero así porque si vos te fijás, entre esos poetas había una cohesión, ya sea de amistad, de trabajo; se reunían, se criticaban. Y en la actualidad, eso no sucede. Ahora cada quién hala por su propio lado. Nuestra poesía no refleja un compromiso real. No somos tan unidos como se debería, y lo criticamos en nuestros poemas. Pero la gente no lo logra aceptar, no lo quiere ver de esa forma, incluso forman sus cúpulas, para decir, ¡ah, ellos no se reúnen!, ¡ellos son de derecha!, y cuestiones bien absurdas. Mientras que sus propios grupos o cúpulas, hacen lo mismo. 


Por eso te digo, desde mi trinchera, yo solo trato humanizar, de elaborar un texto que tenga eso, Literariedad; que no se separe de las claves literarias y de las claves humanas para que la gente común y corriente, la que se sienta en el parque, como la que está detrás de un escritorio, la entienda, y que me escuche. Pero para que sea compromiso, amerita, por rigor, la unidad. La Generación Comprometida no hubiera existido, si no se hubieran sentado, por lo menos a decirse de frente lo que pensaban unos de otros, a decirse que no fueran hipócritas. En cambio, nuestro sector cultural, es hiperestésico, vos les decís las cosas en la cara y te volvés su enemigo para siempre. Sabés, hablando de todo esto, recuerdo algo sobre aquello enfermizo de la comparación que, quizá no andaba tan alejado del todo, pero que creo está fuera de lugar ese epíteto con el que ese tipo llamó a los grupos literarios del país, llamándolos clicas. Algo que creo, solo lo dijo para encender más el fuego entre los demás. 


No sé la de los 90s, pero mi generación, por lo menos a los que he conocido y con los que convivido, el primer compromiso es con la palabra, porque ella nos salvó de algún tipo de orfandad, de ahí que yo me refiera a nuestra generación en Torre de Babel, como Los huérfanos grises, porque algo le hizo falta a nuestra generación, y los podés observar en factores sociales, familiares, personales. En mi caso, por ejemplo, una soledad horrible, porque vivía con mi mamá, mi hermano; iba a la universidad y volvía a la casa, sin poder salir, no me dejaban ir a la calle. Sencillamente porque mis vecinos eran hijos de ladrones, de prostitutas, mis vecinas eras las prostitutas. ¡Vivía encerrado! De ahí que mi compromiso es con la palabra, porque me salvó, porque pude terminar así, como mis hermanos, en las calles, matando, dejándome matar. ¡Me salvó! 


Segundo compromiso: conmigo mismo, no en sentido egoísta, sino para saber quién soy.  Y me dije, la poesía te salvó, pero quién sos, cuáles son tus debilidades, superalas. ¡Tú sociedad es una mierda! Y si uno no aprende a ser uno mismo, ¡estás frito! 


Tercer y último compromiso, siempre desde una línea muy personal, sin nada de estandartes o de nombres, es con los demás, con esta gente, consumista, que si vos le ponés ahí, basura con chonguita, y le decís que le servirá para detener la puerta, que se la puede meter en el bolsón o en la cartera, que no le va a pesar, que por eso es genial, viene y te la compra. Porque en tu herencia, que la has entendido así por la palabra, por tu propia mierda, que su historia es tu propia historia, y eso no tal vez no te salve de la orfandad tampoco, pero creo que ahí radica el compromiso de mi generación. Por lo menos, para los que yo conozco, Alberto, Manuel, Roberto, Miroslava, Elena, Roger. Esos son los tres compromisos: con la palabra, con uno mismo, y con los demás. Porque uno no puede existir sin el otro. Pero decir que esta poesía es la nueva bandera de poesía comprometida, no.


JL: En la actualidad se conoce de varios esfuerzos que se han hechos para nombrar este tipo textos, en ese sentido, ¿Cuál cree que debe ser nombre que merece este tipo de poesía?


VA: Yo creo que no deberíamos buscarle algún tipo de nombre, incluso Maro-estética, que es influenciado por el ensayo de William Carballo, me parece bien. Yo creo que se le puede buscar muchos nombres, poesía de las sombras, de hecho, hay alguien por ahí que le dice Necro-poesía. Y pueden venir otros y darles otros nombres, pero no pasaría más allá de ser una etiqueta. En este mundo consumista, no necesitamos otra etiqueta. Pero para efectos literarios, quizás sí se le debe buscar un nombre, no con la visión de llenar cajas. Como autor, por ahora no he encontrado una manera de llamarlo, porque me interesa más crear. Tal vez, ya mis ochenta y siete años, pueda bautizar a este tipo de poesía, o tal vez venga otro y nos de argumentos sólidos de cómo podemos llamarle.  Pero por ahora es tiempo de crear, de experimentar, de llevar a los límites nuestra propia honestidad, eso sí es importante. 


JL: En “Parnaso…”, reúne varios poetas y cuentistas salvadoreños que abordan en sus textos esta temática. Después de casi dos años de su publicación, ¿Qué otros autores que cultiven este tipo literatura ha conocido? 


VA: Bastantes. De hecho, para compilar «Parnaso…», tuve que investigar antes. Porque yo creo que no podés meterte a hacer cuetes, si antes no has aprendido a manipular pólvora, porque te puede explotar en la cara. Yo tuve que indagar sobre la literatura de Colombia, México. Y existen portales en internet, que fue mi mayor herramienta, en donde encontré antologías de poesía de violencia, en una de esas antologías, recuerdo un poema que hablaba sobre un homicidio que se llevó a cabo en un cine. Fíjate, de un hombre que lo llegaron a balear en el cine, eso es lo que el poema te cuenta, pero sin desbordar demasiado en esos vicios, que es común en este tipo de poesía. Con esas lecturas, empecé a conocer países donde la violencia es bien crítica, quizás sean esos países donde se produce con más ahínco este tipo de poesía. Porque creer que El Salvador es la orilla de la bacinica en este tipo de poesía es absurdo y estúpido. Sobre todo, porque eso se puede remontar, en el aspecto cultural, desde los narcocorridos. Pero si yo iba a trabajar una antología sobre la violencia en la poesía y la cuestión pandilleril, tenía que investigar. Por ejemplo, Colombia con el tema de la guerrilla, encontré varios, incluso poemas sobre otros tipos de violencia, pero con la misma reflexión. Porque poesía de violencia hay en todos lados, en países como Venezuela, Colombia, etc., tal como les digo a mis alumnos, donde hay crisis, siempre habrá poesía. 


JL: Desde el 2013 hasta la fecha el tema de pandillas ha emigrado de la poesía a otros géneros como la narrativa, no solo en cuento, sino también en novela. Sin embargo, el cultivo de estos temas parece hacerse de forma muy paulatina y esporádica. Incluso existen personas que no conocen este tipo de poesía. Conscientes de ello, ¿Cuál cree que ha sido la causa principal por la que, otros autores no se dediquen a escribir o publicar textos literarios  bajo este tipo de temas?


VA: El miedo. El Salvador es un país de locos, aquí te matan porque no les has dado chance al otro de que pase el carro, o porque no diste un espacio en el parqueo. Sino mirá lo que le pasó a Poveda, esa es una lección. Es como si le hubieran agarrado la cabeza al tipo y la hubieran puesto en un árbol, a la entrada de nuestra ciudad. Como para decir, esto le pasa a los que se meten con nosotros. Y obviamente, la literatura estará marcada por este estigma, y la gente no va a querer escribir sobre ello. Y también creo que esto también puede representar un riesgo, porque puede haber gente que tiene la intención de escribir poesía y lo primero que imitará de la poesía de pandillas, es el lenguaje, y por el lenguaje te pueden ubicar. Recuerdo de un poeta, santaneco, por cierto, le di «Este quemarse de sangres…», y luego que lo leyó, hablamos, y sí, pero yo tendría cuidado, me dijo. No si ya lo sé, le dije. Y le añadió, no es que vos no sabés, quién puede ser pues, -un marero, va-. Eso no tiene nada que ver, mira yo sé cómo estaba la situación, yo puedo ir a una escuela y leer un poema, y el mismo director puede ser pandillero, o si no el mismo director puede llamar a alguien y decirle, mirá aquí está un maje así, va. Porque todos estamos expuestos, viejo, le dije. Porque es lo que he querido hacer, lo que mi propio compromiso, me ha hecho hacer. Entonces, te digo: miedo. Y alguien que no lo haga bien, va por aquella línea, y se va dar color y a ese sí se lo van a quebrar. 


JL: Ya para finalizar: aunque definir una ruta para este tipo de literatura podría resultar muy aventurado, ¿Cree que en algún momento la literatura sobre pandillas logrará un pos-florecimiento, como ha ocurrido con la literatura publicada durante las primeras dos décadas de este siglo, que aborda temas relacionados al conflicto armado, desde la perspectiva de los hijos que sufrieron los daños colaterales de la guerra? 


VA: Claro, eso, ni lo dudarlo. Puede ser mañana que suceda, o puede ser dentro de quinientos años. Pero de que florecerá, lo va hacer. Es literatura, viejo. Por eso la Ilíada y la Odisea, están de moda todavía. Incluso yo me atrevo a decir que nos falta aquella narrativa que cueste nuestra historia, nuestra radiografía como generación. Ya escuchamos mucho del guerrillero, falta la historia del hijo del guerrillero. Del hijo que se quedó, aquí, que no volvió a ver su papá guerrillero, que se crió con los vicios de sus amigos, con una mamá soltera. Pero para eso necesitamos eso dos aspectos que nos da la Literariedad: el lenguaje literario que nos conmueva, porque estamos tan acostumbrados a un lenguaje común para entendernos rápido pero que, en literatura, eso se vuelve llano, fácil. Y necesitamos honestidad. Investigar. 


Estaba leyendo hace poco que le criticaban a alguien, que decía que su ambiente literario había mucha soledad y silencio, como queriendo que todos fueran animados, verdad. Que hubiera más actividades culturales, pero la literatura eso es lo que necesita. Irónicamente o paradójicamente es lo que necesita: silencio y soledad. Después de eso, alguien vendrá y nos dará la narrativa que estamos esperando, esa que cuente la historia del hijo del papá guerrillero, de la hermana marihuanera, y por qué no, del primo que trabajó en el pollo campestre. La necesitamos, y creo que cuando venga, será genial porque tendrá algo de nosotros. Porque uno puede leer la historia de los guerrilleros, y pensar: ey, mi país. O leer Un día en la vida, y conmoverte con el final, no. Pero no será tan hermoso como ver algo que vivimos, algo que vivió un amigo, sería una gran novela, un gran poema. Y como te repito puede ser mañana o dentro de quinientos años.



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Para conocer la primera parte de esta entrevista puedes dar un vistazo en este enlace: ENTREVISTA - Vladimir Amaya, a propósito de literatura que aborda el tema de pandillas [Parte 1].



Agradecimiento especial a Alberto López Serrano, autor de las fotografías en ambas partes de esta entrevista.


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