EXCLUSIVA PARA REVISTA LA FÁBRI/K/ / 15 DE MAYO 2020
Camino hacia
un recorrido por la zona 1 de la Ciudad de Guatemala, iba con algunos
compañeros, uno de ellos un gran fotógrafo y otros tres que aprendían el bello
arte de la fotografía. Un señor nos vio y se nos acercó, sacó su iPhone y dijo:
«Hoy en día ya no se necesita de un fotógrafo y sus grandes lentes, solo se
necesita un buen teléfono». Algunos se ofendieron, yo mientras tanto sonreí y
me pareció muy interesante el comentario, ya que muchas personas han de creer
lo mismo.
El arte
hoy en día, lamentablemente, ha ido perdiendo su esencia. Vemos que en la
escultura prevalecen aquellos esculpidos de mármol que se pierden entre la
realidad y una roca pulida; la pintura detallada y apasionada, como las de Rodolfo
Abularach o Manolo Gallardo, se ha vuelto solo dos pincelazos de óleo sobre un
lienzo sin contexto o esencia; incluso una bella novela con profundidad, como
las de Asturias o el gran García Márquez, se va quedado en el olvido, por
romances adolecentes que solo venden falsas ideas de un “amor perfecto”; hasta
la música magistral como la de Chopin o Beethoven y las canciones con letras
poéticas y bellos arreglos se han quedado atrás, por “composiciones” de tres
acordes. Así pues, las buenas fotografías, como las de Richard Avedon, han
quedado olvidadas por la aparición de la selfie.
Al ver
aquella fotografía que el señor tomó y compararla con la de mi compañera, quien
aprendía a usar su cámara, era notorio que el procesador del iPhone y su
tecnología de punta, ofrecían una fotografía brillante, agradable a la vista y,
según los estándares actuales, muy buena, enfocada a cabalidad y con un
panorama perfecto del Parque Central; la de mi amiga, en cambio, aún estaba un
tanto oscura, ya que aprendía a calibrar la luz o ISO como se conoce
técnicamente, estaba un poco fuera de foco y por el tipo de objetivo (lente) no
capturó todo el parque como el iPhone. El señor sonrió y mi compañera me dijo: «Lamentablemente
fui superada por un señor con un iPhone».
Le pedí de
favor al señor que nos mostrar su galería si no era mucho pedir, para así poder
ver las demás fotografías. Él encantado accedió y nos mostró varias fotos con
efectos “geniales”, que él mismo dijo, programó manualmente en su celular.
Mientras mi compañera me decía, en son de broma, que mejor compraba un teléfono
igual, me percaté del mismo vacío en las fotografías del señor. Un atardecer,
que el teléfono llenó de más colores de lo normal, una plaza llena de verdes
vivos que uno no ve a simple vista, pero el teléfono lo pone así para resaltar
más, y unos retratos, o selfies, retocados
con el famoso fondo desenfocado que tanto gusta.
Pero
aquella foto oscura de mi compañera mostraba algo especial, a un niño que
corría detrás de las palomas en el parque, hubo otras donde capturó a una madre
dando un helado a su hijo, luego a un policía haciendo su típica guardia en el
Palacio de la Cultura y a un anciano viendo pasar el tiempo en una banca; cada
fotografía mostraba algo más, no solo el típico paisaje o la selfie que nos quita ciertos “defectos”
estéticos en el rostro.
Una buena
foto no es solo aquella que muestra imponentes paisajes o una bella persona con
sonrisa perfecta. Los fotógrafos Richard Avedon, estadounidense, Platon
Antoniou, griego, entre otros, han capturado imágenes donde aquellos defectos
estéticos se vuelven el gran realce artístico, donde se olvidan de los paisajes
exóticos y muestran una típica casa, un típico barrio, una persona común y nos
cuentan una grandiosa historia detrás.
La buena
fotografía no necesariamente necesita ser con luz perfecta, con el lente más
grande, con el último smartphone de
cuatro cámaras y cien megapíxeles o utilizando las mejores técnicas. La buena
fotografía es aquella con capacidad de narrar, aquella que al verla te muestra
un instante de la realidad que el fotógrafo te quiere contar, la buena
fotografía es la que deja una huella.
No quiero
desacreditar a ninguno, yo mismo he tomado fotografías de paisajes exóticos, he
hecho fotos de modelaje y publicidad, el trabajo lo demanda en ocasiones. Pero
si tú quieres salir de las típicas fotografías de Facebook o Instagram, busca
historias, has que al ver esas imágenes los demás descubran una historia en
ella, has que tu foto valga algo más que un like
y así tu arte tendrá un valor que no se puede comparar ni comprar.
Las buenas
fotografías nos cuentan una historia que valen más que una reacción en redes,
aprendamos a narrar con imágenes.
Comunicador social, estudiante de Diseño Gráfico en la Universidad de San Carlos de
Guatemala, también ha estudiado Ciencias Políticas en la misma universidad y música clásica en el Conservatorio Nacional de Guatemala. Fotógrafo,
editor de videos y músico.
Ha
colaborado en la edición y creación de etiquetas de vinos, imágenes
publicitarias de restaurantes, fotografía de modelaje y estética, creación de
logotipos e imagotipos de empresas de moda y estética, arquitectura,
editoriales y aduaneras. Diagramación de libros, entre otras.
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