El Ascenso de las Sombras: El Poder de la Sangre [Cap. 7; Parte 3] por F. A. Archila Sazo - /K/RTONES
Representación gráfica del "Cuarto Mundo" de «El Ascenso de las Sombras: El Poder de la Sangre»
del escritor guatemalteco Fernando Archila Sazo.
Ilustración de: Javi Laparra.
Lee la parte 2 acá: /K/RTONES - F. A. Archila Sazo "El Ascenso de las Sombras: El Poder de la Sangre" [Cap. 7; Parte 2]
Me observó en silencio,
mientras las lágrimas que inundaban mis mejías caían al suelo. Me propinó un
par de fuertes bofetadas; una forma particular y poco sutil de llamar mi
atención. Me habló con esfuerzo, mesurando la voz para que no se escuchara
entrecortada.
- ¡Te corresponde a ti
vengar su muerte! Es tu deber… tu siempre fuiste su favorita. – Comenzó a
susurrar manipulaciones poco sutiles.
- ¡Padre no lo permitirá!
Tiene miedo de este príncipe Dístan de Antrabia. Lo he visto en sus ojos.
- ¡Solo un imbécil no le
tendría miedo, Idalia! Estamos perdiendo una guerra que hasta hace años
teníamos ganada, pero no te estoy pidiendo que ganes batallas siquiera. ¡Solo
te pido que vengues la muerte de Taría!
- ¡Padre nunca aceptará!
Le han enviado una solicitud de tregua. No dudo que acepte la oferta. En todo
caso, incluso con el apoyo de todo el ejército, tomar Brella sería casi
imposible. – Resoplé con aire de resignación.
- ¡Nadie te enviará a
tomar Brella! Eso sería una imprudencia innecesaria. Te pretendo enviar a una
misión mucho más precisa, mil veces más delicada. ¡Tráeme la cabeza de ese
príncipe hijo de puta!
- ¿Cómo pretendes que haga
tal cosa? – La incredulidad se apodero de mí.
- ¡Con ayuda! Con la ayuda
de tu madre, hija mía.
La conversación fue
interrumpida por gritos y chillidos cercanos. Se disparó un silencio
expectante. Se escucharon pasos metálicos, la melodía de una marcha errática.
Cada pisotón, entonaba una
nota de una sinfonía furiosa y desafinada. Era el inconfundible sonido de
armaduras livianas y pieles metálicas que presagiaban tiempos de guerra.
Del fondo del corredor
emergieron figuras esbeltas y delineadas, con sus largas cabelleras sueltas y
capas atornilladas a las hombreras. Un efecto a contraluz que resultaba
encantador, casi sensual.
Tambores de guerra
retumbaban en sus armaduras de metal y escudos de acero. El nivel de detalle de
las siluetas se fue aclarando, hasta que fue posible ver las cabezas recién
decapitadas que arrastraban. El dorado se fusionó con el rojo. La sangre escandalizó
el ambiente con su pigmentación y aroma.
Ese grupo de mujeres era
la escolta de mi madre. Un grupo de mujeres guerreras, el cual obedecían a su
reina. Única y exclusivamente.
Eran “Las Damas del Fuego
y del Agua”. Solo las más temerarias y aguerridas mujeres, lograban llegar a
formar parte de ese selecto grupo de guerreras.
Lanzaron las cabezas a los
pies de mi madre. Reconocí algunos rostros. Eran los prisioneros que había
visto momentos atrás, los cobardes derrotados de Brella. No habían salvado la
vida por demasiado tiempo. Es la consecuencia de la cobardía, la muerte te
alcanza de igual manera y terminas perdiendo hasta el privilegio de una muerte
digna. A aquellas ratas, se les iba la vida y la muerte en huidas, mientras su
destino termina siendo decidido por otros.
Así fue, como la
lamentable vida de aquellos cobardes alcanzaba su desenlace. Asesinados apenas
instantes después de haber sido indultados. Me alegré de ver sus rostros de
pánico, apiñados a los pies de mi madre.
Ella parecía estar
disfrutando un interminable orgasmo. Era un placer muy real, la venganza
siempre lo es, sin excepción alguna. Con cada cabeza que rodaba hasta sus pies,
su excitación aumentaba, hasta alcanzar un muy evidente éxtasis. Me encontraba
tan inmersa en la escena y en mis pensamientos, que no me percaté de la
presencia del Capitán Suvell. Aquel día parecía que cualquiera podía
sorprenderme por detrás.
Una conversación efímera
con mi padre, le había dejado un rostro severo y desencajado. Mi madre no
realizó esfuerzo alguno por disimular el disgusto que le causaba su presencia.
El capitán se arrodilló,
con una inseguridad y nerviosismo insufrible. Me encolerizó ver la escena. Un
hombre físicamente imponente, fornido y robusto, penosamente acomplejado. Torpe
y acongojado, al límite de la docilidad. Totalmente desencajado ante la imponente
presencia de mi madre, francamente un personaje impropio del título y las
virtudes que ostentaba, un desperdicio de hombría a toda regla. Habló a
trompicones, casi luchando contras sus mismas palabras.
- ¡Mi reina! Mis sinceras
y sentidas condolencias. La princesa Taría fue una magnifica persona y una gran
guerrera. La luz de su presencia no será olvidada. Su estrella nos guiará en
futuras confrontaciones. – Dijo tiritando y tartamudeando.
- Ahórrate tus
condolencias, Suvell. Taría nunca necesitó la adulación de personajes
secundarios en vida, menos ahora, después de su muerte. Tampoco aceptaría las
mediocres condolencias de un capitán tan corriente y vulgar. Hazte un favor y
desaparece de mi presencia. – Firmó de tajo la reina Zariella, con el corazón
herido y el alma desgarrada, descargando su ira contenida sobre Suvell.
- Lo haría mi reina, si
tan solo mi rey no me hubiese ordenado hace unos momentos que resguarde día y
noche la vida de la princesa Idalia. Mi honor está comprometido en el
cumplimiento de esta tarea, por lo que no me apartaré de su lado hasta que se
me ordene lo contrario. – La voz de Suvell se continuaba descompensando de
inseguridad.
- ¿Quién carajo te has
creído que eres? Si mi padre piensa que puede poner a uno de sus sabuesos a
vigilarme el día entero está muy equivocado. Yo no necesito a nadie que me proteja,
¡mucho menos a un hombre! Yo puedo cuidarme sola, ve y dile eso a mi padre. Si
es que tienes las agallas suficientes para hacerlo. – Me rebelé ante tal
muestra de sobreprotección.
- Mi princesa, esas fueron
las órdenes de mi rey. No hay nada más que discutir. Todos debemos cumplir la
voluntad de su majestad.
- Y supongo que, si mi
esposo te pidiera que le lamieras sus pelotas, no dudarías un segundo en
hacerlo. Debo advertirte que son saladas y peludas. Pensándolo bien, quizás lo
disfrutarías. – Dijo mi madre, con ánimo de provocación.
- ¿Cómo diablos pretendes
protegerme, cuando no puedes ni defenderte de los insultos de una mujer? ¡Acaso
te han robado la hombría, capitán! – Agregué, con la esperanza de causar mayor
ardor en la herida de Suvell.
- Esa mujer es mi reina.
Yo le debo mi respeto. Interpretas mi silencio como señal de debilidad, pero
fallas en ver que mi lealtad no está condicionada a la idoneidad. Mi obediencia
no tiene precio, ni condiciones. Estoy dispuesto a soportar todos los improperios
y menosprecios de mi reina, porque mi honor como caballero de Cressida así me
lo exige. Este es el camino que he escogido. Mi princesa, donde tú ves
debilidad, yo veo fortaleza. Quisiera poder ver tal disciplina en algunas
mujeres guerreras. Quizás así, nuestro ejército no perdería tantas batallas… y
las princesas no serían tristemente ejecutadas.
Una inesperada sorpresa.
Fue la primera vez que escuché a Suvell hablar con firmeza, su primera muestra real
de orgullo y carácter. Un repentino arrebato de confianza que nos dejó en total
silencio, perplejas.
Observé a mi madre
interiorizando el contrataque verbal adecuado. ¡Nada! ¡Silencio total! El
tiempo transcurrió rápidamente sin replica alguna; una pequeña victoria para el
joven capitán que, de pronto, ya no parecía tan torpe e insulso. Un minúsculo
brote de esperanza.
Sus palabras retumbaron
largo rato en el salón, a Suvell le fue imposible disimular su sonrisa. Algunas
victorias son inesperadas hasta para los vencedores, y por ello, su celebración
es mil veces más memorable. Un chispazo de elocuencia. ¡Quizá de suerte! Los
hombres son personajes curiosos; parecen tan predecibles, tan simples e
insufribles, para instantes después, tener algún destello de genialidad. Son el
exclusivo néctar de los dioses inmorales y pendencieros.
Suvell me cautivó
nuevamente con su arrebato, una sorpresa mayúscula. Nada es capaz de desarmar
más a una mujer, que un hombre apuesto, impertinente y con confianza. Así de estúpidas
nos comportamos a veces; buscamos excusas para darle nuevas oportunidades a los
mismos imbéciles de siempre, esos que consistentemente nos terminan
decepcionado.
Su último comentario, sin
embargo, no ocasionó pizca de gracia a “las damas del fuego y del agua”, las
cuales, sintiéndose aludidas, desenvainaron casi al unísono sus espadas en un
intento por amedrentar con sus miradas desafiantes al capitán. Suvell, cual
cretino, ni siquiera se inmutó.
Suvell era un enigma que
escapaba de mi capacidad de comprensión y entendimiento. Había vomitado unas
lamentables condolencias frente a mi madre, trastabillando y atropellando sus
propias palabras, para instantes después, hacer frente con indiferencia, a la
unidad más temida y letal del reino, sin mostrar ápice de temor o inquietud. El
tipo de insolencia con la que el sol enfrenta a la noche, intuyéndose infinitamente
superior.
El menosprecio es una de
las actitudes que más ofende a una mujer y Suvell menospreció a las mujeres más
temidas del reino sin preocupación aparente. Un acto de soberbia muy mal
digerido por las mujeres guerreras, las cuales ardieron en cólera, cargando el
aire de tensión y de rabia. Aquel grupo de mujeres no era precisamente
reconocido por su prudencia; pocas provocaciones, tanto reales como
imaginarias, solían escapar impunes. Mi madre, adelantándose a los hechos,
disipó la tensión con un solo gesto.
– ¡Alto! Con calma
mis guerreras, el capitán aún podría serme de utilidad. – La voz de mi madre,
parecía infectada por una idea pecaminosa. Hay ciertos placeres que, solo
cayendo en las más oscuras tentaciones, somos capaces de darnos. “Somos carne;
buenos para hacer el bien, pero perfectos para hacer el mal”, aquella era la
frase que le escuché a Taría mil veces y mi madre parecía dispuesta a poner la
teoría en práctica. Sus ojos brillaban con espeluznante perversión y sadismo.
Continuará...
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Sobre el libro y su autor: LIBRO - Todo acerca del primer libro de Fernando Archila Sazo, "El Ascenso de las Sombras: El Poder de la Sangre".
Sobre el libro y su autor: LIBRO - Todo acerca del primer libro de Fernando Archila Sazo, "El Ascenso de las Sombras: El Poder de la Sangre".
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