El escritor [Parte 1] de César Augusto Luna - /K/rtones

RESEÑA POR REVISTA LA FÁBRI/K/ / 17 DE JUNIO 2020 

Espacio de escritor

El escritor


Era el momento de enfrentar la verdad y no podía esperar más tiempo. En mi corazón se había formado una ciudad muy grande de sueños que se convertían en realidad. Los días habían pasado sin sentirlos y eso era el misterioso secreto del tiempo que se traduce en impaciencia, pero enciende la ilusión de alcanzar los más íntimos anhelos. La curiosidad de saber lo que opinaba el crítico de mis versos me llenó de nervios. Quizás porque era la primera vez que me atrevía hacer algo diferente en mi vida. O porque el camino en el cual había caminado durante varios años, no tenía tantas espinas y laberintos como el que estaba a punto de enfrentar.

Con las manos húmedas y la frente sudorosa saludé al editor, quien me atendió amablemente en la biblioteca de su casa. Me veía de reojo; mientras estaba sentado frente a él, tomó mis apuntes para leerlos.  Sereno, analizó mi obra de poesía página por página como perdido en una consigna prodigiosa que lo hizo viajar entre ríos de nostalgia que brotan del corazón hasta llegar a los jardines del alma, formando siglos con el tiempo. Luego, me miró y me sonrió con mucho regocijo como volviendo de un viaje placentero, lleno de emociones y lágrimas, augurando asombrosos lares para mi obra literaria.

-Será todo un éxito, poeta –me dijo el editor-. El libro, por lo que veo y me hace sentir, viajará por diversos países, llenando los espíritus de alegría  y suspiros celestiales que harán viajar en barcos de tristeza hasta descubrir la estancia de alegres milagros azules. Es una obra sui géneris y los lectores amarán tus versos.

La emoción me llenó el corazón con felices pensamientos. Me hice muchas ilusiones, esperando que los adagios del versado fueran tan reales como la existencia de los milagros en la vida de las personas. Mis sueños brotaban en tierra fértil con la sonrisa del alba atravesando el horizonte.  

El editor, José Beltrana, me despidió cortésmente de su casa, luego de explicarme que su fuente de inspiración para escribir, moraba entre los cantos de las rosas que brotaban en su bello jardín. Después me dirigí a una entrevista que había solicitado para ser redactor de un periódico. Los buenos presentimientos me acompañaban ese día; creí que todo estaba predestinado para que mis proyectos laborales y literarios fueran un fecundo éxito.

Pero, al entrar a la oficina del periódico, todo cambió. Sentí una nube lóbrega que cubría mis anhelos de triunfar. Un sujeto de corbata oscura se me quedó viendo con un furor en los ojos que atemorizaba. No sé qué ideas transitaron en su cerebro empolvado de letras informativas, pero seguro no fue nada prometedor. Me estremeció con su constante vigilancia desde el momento en que ingresé a la empresa. Al intentar saludarlo, desatendió mis buenos deseos de interrelacionar con él; dejó el vaso de café sobre la mesa de la directora del periódico, tomó un libro y salió molesto de la oficina con un gesto que me intimidó; sin decir palabras había llenado de misterios mi corazón como una mala corazonada. Había nublado mi vida.

La Directora del periódico indicó que me acomodara en la silla, frente a su escritorio adornado de papeles; bebió un sorbo de café, mientras leía mi currículum. 

-Déjalo, Fernando – me dijo con un gesto cariñoso después de saludarme–, hay personas que se sienten amenazadas cuando observan que los releva un buen prospecto para la empresa y otras que se atemorizan ante los albores de oportunidades que la vida les presenta y que solo depende del esfuerzo personal para lograrlos –indicó.

Su análisis me pareció leal y ético, apropiado para mi carrera; de manera indirecta me hizo sentir bien de nuevo. Por segunda vez, en el mismo día, alguien valoraba mi trabajo y apreciaba mis capacidades de realizarlos con eficiencia; era apropiado para volver a iluminar la esperanza. Sin embargo, la penetrante espina de la incertidumbre ya estaba insertada en la piel de los sentimientos. Pues el sujeto tenía su mirada fija en mí desde la parte externa de la oficina. Deseaba desaparecerme de su pequeño mundo repleto de consignas; porque el ser humano tiene esa debilidad de exasperarse cuando siente la amenaza frente a sus proyectos de vida. Y anhela con pasión el fracaso de los demás, aún acosta de interceder por ello hasta su propia ruina.

Empecé a trabajar al siguiente día en la empresa periodística más notable del país. Mi vida cambió desde el principio. Sentía un brillo prodigioso que aumentaba las expectativas de incidir en los pensamientos de las personas y enseñar el sentimiento humano de la existencia, despertando las ilusiones de la vida y del destino con los heraldos de la libertad que promulgaba en los lectores.

Todo parecía estar bien. Hasta que cierto día, encontré en la puerta de la oficina un mensaje anónimo empolvado de misterios y sangre, anunciándome, sin tantos adjetivos ni metáforas, la muerte.

-No se aflija, querido escritor –me expuso la directora del periódico, con una mirada llena de ternura, al compartirle el contenido de los mensajes que recibía–, es normal que la promoción a nuevos sectores periodísticos cause envidia en otras personas, hasta el punto de distraer su atención con preceptos inapropiados que manipulan la existencia de sus ideales, o quienes son cuestionados con la información que se publica, se sienten amenazados y quieren sabotear sus ideas para que los lectores sigan viviendo sus miserables vidas sin deseos de vivir.

Para ella, fue normal. Parecía que durante el tiempo como directora del periódico había aprendido a vivir con el peligro persiguiendo constantemente la biblioteca de su alma. Tania Sagastume tenía la convicción de su trabajo recorriendo su sangre y el brillo tentador de sus ojos efusivos eran el reflejo de su valiente corazón. Cualquiera podía enamorarse fácilmente de ella por su impecable hermosura y carácter, pero ella no. Tania era una mujer para el mundo, no para vivir en una casa. “Era una mujer moderna” –decía.

La vida de triunfo que inspiró mis anhelos había cambiado de horizonte. Las amenazas fueron más constantes y llenas de sadismo; más que una competencia de trabajo o de resistencia, era como si la persona que enviaba sus amenazas anónimas, disfrutaba las peripecias que hacía para intimidarme. Veía en el autor de las torturas e intimidaciones el éxtasis que conjuga la sed de poder y sangre con el orgasmo de aprisionar a la víctima para matar por placer, y en algunos casos, hasta por sentir la gloria en su alma. Era el inventor de la muerte en sus diversas manifestaciones.

Preocupado por el furor con el que la sangre corría en mis venas, tuve que idear un plan para descubrir al responsable de frustrar mis anhelos. Esto incluía investigación y constante persecución. Incluso involucre a Tania Sagastume para que, si en dado caso ocurría algo conmigo, ella continuara el proceso hasta encontrar al victimario. Como si supiera de mi plan para encontrarlo, pasaron varios días sin saber nada del asunto. No surgieron amenazas ni intimidaciones durante un buen tiempo. Hasta creí que el victimario había tomado vacaciones en el extranjero porque su negra sombra no volvió para causar daño.

Pero esa analogía no duró demasiado, porque empezaron a surgir noticias de familias torturadas y adolescentes suicidados dentro de las ciudades del país. El señor Presidente, indicaba que era un trabajo de los narcotraficantes, del crimen organizado y, en otros casos más escalofriantes, de conflictos sociales en las comunidades. Pero estaba inmerso un claro mensaje en los cadáveres: “La vida o la Muerte.” Notoriamente, sentí un escalofrío que me dejó quieto, sin pensar ni maquinar el menor argumento posible para esas acciones; sabía que esos mensajes estaban dirigidos también a mí, como el proyectil que proviene de un francotirador, que canta alegre entre los frescos bosques aquella vieja consigna militar: “Una bala, un muerto.”
No podía huir cuando en mis escritos enseñaba a los lectores que la vida y la libertad son un derecho que debemos defender hasta la muerte; que las estafas de los que apagan nuestros sueños con mentiras y miedos no deben durar más de lo que dura un fósforo encendido. Porque lo más importante de la vida es disfrutarla, cumpliendo cada uno con lo que le corresponde para que el mundo realmente sea mejor de lo que ha sido. Y no ser un esclavo ni un prisionero de nadie.

Medité por varias horas sin conciliar el sueño; anhelaba con salir de viaje y olvidar mi vida, pero no era el momento de hacerlo. El fuego del miedo me quemaba. De pronto, un suave viento me golpeó el rostro, un ruido extraño se oyó en las afueras del apartamento, mientras un individuo corrió por la calle apresuradamente, perdiéndose entre los peregrinos que se dirigían a la catedral a confesar sus pecados; los huéspedes del edificio gritaban alarmados, llamando a los bomberos y a la policía. 

-Tenemos una emergencia, una joven mujer está muerta frente a Catedral- decían asustados-. El asesino huyó por la calle que conduce al cementerio.

Por una extraña sensación que se escurrió por mi alma, salí para observar lo ocurrido; me llené de una energía negativa cuando descubrí que la mujer que estaba tirada en el piso era la directora del periódico. “¿Qué hacía ahí?” –me pregunté triste, mientras la observaba volar a la otra orilla del destino.

-¿La conoce, señor? –preguntó un peregrino que sollozaba profundamente, con un dolor tácito que le penetraba en el corazón y no dejaba salir el lago de consternación que lo invadía y le costaba respirar.

Respondí afirmativamente, indicando que era mi jefa de trabajo. Mientras el individuo me miró en silencio, analizando mi indignación con lo ocurrido. Descubrí que lloraba, fue entonces que me dijo entre lágrimas de dolor que él era su padre y que había llegado a visitarlo, pero que el tipo al descubrirla fuera de su auto le disparó hasta asegurarse de su muerte y corrió por la calle hasta desparecer, sin que él pudiera hacer nada para defender a su hija.

En ese instante, me percaté que ella llevaba unos documentos en sus manos y con el permiso del padre los oculté antes de que llegara la policía y los bomberos. Estaban mojados por las estampas de sangre que les había escurrido. Me pregunté varias cosas sin poder responderme. ¿Qué escondían esos documentos? ¿Por qué eran tan importantes para causar la muerte de una excelente mujer? ¿Acaso eran la razón por la que Tania buscaba refugiarse con su padre?  No lo sabía y necesitaba descubrirlo.

Continuará...

César Augusto Luna Ortíz
Primer lugar y galardón Ismael Cerna:
Premio nacional de cuento “Ismael Cerna”,
Ipala, Chiquimula

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César Luna también ha participado recientemente en nuestro Primer Concurso de Microrrelato Virtual y obtuvo una mención honorífica; recuerden que pueden leer ese y todos los cuentos en el enlace: https://bit.ly/Microrelfab.




Cesar Augusto Luna Ortíz

Cesar Augusto Luna Ortíz | Ipala, Chiquimula Guatemala

César Augusto Luna Ortiz es maestro, poeta y escritor guatemalteco. 
Egresado de la Facultad de Humanidades de la Universidad de San Carlos de Guatemala.

Ha publicado seis libros: Nostalgia Angelical, El Ratero de la Libertad, Frescura de Amor, El precio de los Sueños( Cuentos premiados en certámenes literarios nacionales, Editorial Artemis Edinter, 2017); Las huellas del destino (Poemas premiados en certámenes literaios nacionales, Artemis Editner , 2018). 
La Habitación del Ser (Pequeña Ostuncalco Editorial, 2019). 

Su libro El precio de los Sueños fue finalista en el Festival Internacional Savannah, Georgia, Estados Unidos, en octubre de 2019.

Ha sido ganador de 85 premios literarios a nivel nacional e internacional, 43 en verso y 42 en prosa. 

Es Maestro Homenajeado por la Asociación Magisterial Sanjuanera. Ha trabajado como docente en diferentes instituciones educativas en Guatemala.


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