Poemas de Esclaramonde de Fredy Mejía
EN EXCLUSIVA PARA REVISTA LA FÁBRI/K/ 4 DE OCTUBRE 2020
Fuente: Jorge Alberto López / y Sión Editorial |
El poemario:
La editorial quetzalteca Sión Editorial está próxima a presentar de forma virtual el poemario del escritor tecleño Fredy Tato Mejía. Esclaramonde es el título de la obra que recoje la poesía más reciente del salvadoreño. Usted puede ser participante y observador de esta presentación que se estará llevando a cabo via Facebook Live de la Editorial Sión el próximo miércoles 7.
Como una cortesía el autor nos ha confiado dos de los poemas que se incuirán en el texto para que podamos conocerlo previo a la presentación y venta de esta obra.
El autor:
Fredy Tato Mejía | Santa Tecla, 1997
Poeta y vendedor de libros. Vive en San Salvador. Ausente estudiante del Departamento de Letras en la Universidad de El Salvador. Creador de los ciclos de poesía en Sonsonate “La Función Poética”. Miembro y fundador del Círculo Literario TecoloT y del Colectivo Literario Zenzontle. Miembro coordinador del Festival Internacional de Poesía Amada Libertad. Poemas suyos han sido traducidos al otomí y quizás al inglés. Ha publicado en antologías, revistas digitales, así como la selección poética √441 (Literatelia, Toluca, 2019).
Fragmentos de Esclaramonde
I
Sube hasta este cuarto entre helechos, Esclaramonde.
Sube hasta este hueco en la palma abierta de cristo.
He vivido tres siglos de mi juventud,
empedernido en demostrar el pudor de la sombra,
he zurcido cada costilla,
cada párpado abierto que buscó
tus piernas amoratadas.
Esclaramonde, a qué hora llueve.
De dónde el silencio es más angosto.
Este vibrar inoportuno,
estas piedras como esternones coléricos:
de quién son, de quién el bullicio,
hacia quién el golpe hambriento que desterró la carne y el vino.
Por qué he vivido con el vacío sobre mis hombros,
respirando en mi nuca, mordiendo el pezón de la incertidumbre.
Desde que abrí los ojos
veo esa ventana hacia el salto eterno,
hacia la oquedad paterna.
Esclaramonde, déjame beber la lluvia que guardas bajo el cabello,
deja caer tu sangre sin tener que herirme.
No lo sé, Esclaramonde.
No querría ser el gorrión herido entre mis manos.
No querría poder burlarme de tu llanto.
No, no busco tu pelvis vuelta mármol,
la busco hecha de musgo y habitada por insectos.
No lo sé, Esclaramonde,
es como si alguien gritara entre las grietas de esta torre.
Busco el principio de toda certeza,
la razón del hongo absurdo,
de esta patética distancia entre la ventana
y mis siglos de negarme a ella.
No lo sé, Esclaramonde.
Habré pasado por alto algún temblor
en la mueca de la desdicha
o el rumor de alguna gota que bajaba entre tus senos
y no supo doblegar mi incapacidad de besarte
sin arrodillarme ante tu lengua.
No lo sé, Esclaramonde.
No hurgues el verbo hecho carne,
no rompas la estática risa del mediodía.
No, Esclaramonde.
Déjame morir sin mirar mis manos,
sin bajar hasta la faena del miedo.
Si en tu boca puedo desvanecerme tiritando de fiebre,
no será mi pecho el batir violento de un mar,
ni mi corazón la barca hundida en la costa del odio.
No lo sé, Esclaramonde, pero no me dejes.
Suelta tu llanto y no pongas vinagre en mis labios.
Muéstrame el costado abierto,
la llaga del hambre sobre las llamas del odio.
Es el juego de llorarme, Esclaramonde.
Es la manía por dolerte sin propósito.
Vuelve a cantar el himno del niño hambriento,
vuelve a nombrar la razón del silencio.
Por qué me gangrena un batallón amorfo de soliloquios,
por qué me penetra la jadeante necedad de tus ojos.
Yo encontré tus quince brotes de hierba
mientras escarbaba un castillo al revés,
mientras descubría un sepulcro arañando tus labios.
No lo sé Esclaramonde, pero merezco tu odio.
X
nada
detiene
la
caída.
-Samuel Trigueros
Esclaramonde,
dejo sobre tus piernas el libro de mis temores,
de boca sobre tu boca la completa razón de mi sollozo
respira bajo la llaga donde habita este diminuto dios.
Bajo tus otoñales herrumbres deberás leer sin llorar,
sin hojear la desnudez de la palabra,
bajo el fuego fatuo que generó mi abrazo de hierba seca.
Palpa con tu boca húmeda
cada sacramento del crimen en mi infancia,
pero no grites,
ni temas mi fortaleza de hombre triste;
no conozco el goce de la muerte
ni comprendo tu agonía de pozo en pena.
¿Si tus labios sobre la vergüenza
de mi desnudez pudieran calar la culpa,
habría de negar tu sangre como la sístole necia de mi virtud?
Has de mirar mi oquedad de nuevo,
- como siempre mi vacío que mira con esperanza el hueco de la torre-
pero esta vez no habrás de humedecer mis labios,
ni volverás a cantar el himno del niño hambriento.
Tu vuelo nocturno se llevará la lluvia
y dejarás que el silencio de las rocas
socave mi abrazo torcido.
No habrá nadie, nada anunciará la caída.
Tu voz no sostendrá mi cuerpo, como la cariátide del desprecio.
Conoceré la tierra húmeda, Esclaramonde.
Penetraré ese mundo vacío
y de lo peor del encierro
brotará una planta de frutos muertos, pero hermosos.
¿Qué son todos los silencios del mundo
sino este grito que cae por tu pubis lejana?
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